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jueves, 29 de octubre de 2009

UN VIAJE SIN RETORNO


Hoy emprendo un viaje hacia tierras desconocidas. Hacia el interior de mi ser, que hace tanto no visito.

No estoy segura de querer subirme a ese vuelo, pero ya con mi ticket en mano me dirijo por inercia a la puerta de embarque, sin mucho pensar ni analizar.

No miro hacia atrás. Me cuesta y duele despedirme de aquello que dejo, de ver lo que queda en el camino; en ese camino que decidí no volver a recorrer jamás.

Abro las puertas de par en par, sabiendo que algo nuevo me espera tras ellas.

Llego a la sala de embarque. Soy un pasajero en tránsito constante a través de mis sentimientos.

Ocupo un asiento libre, esperando el último llamado para subir a mi avión imaginario, a mi avión sin alas rotas.

Siento miedo. Es lógico, lo nuevo, lo desconocido, siempre trae consigo el miedo alojado. Por eso se hace preponderante concentrarse en el presente, en el aquí y ahora, para no perder el objetivo jamás.

Miro a mi alrededor y me doy cuenta de lo solo que se puede sentir alguien en medio de una multitud.

Finalmente, anuncian la partida.

Subo al avión. Abrocho mi cinturón, el cual me retiene para no escapar.

"Bienvenido a bordo del vuelo de su corazón", se anuncia a todo trapo y a continuación "Fix you" de Coldplay comienza a sonar, mientras las ruedas de mi avión comienzan a encarrilar ...

lunes, 19 de octubre de 2009

MI LUGAR EN EL MUNDO


A medida que iba cayendo la tarde, la sombra de los edificios anunciaban el final de la jornada laboral. Las luces comenzaban a encenderse en los mismos y la gente transitaba en las calles con paso apresurado, huyendo de la noche que pronto se apoderaría de Manhattan.

Era raro, pero a mi la ciudad me gustaba tanto de día como en la noche. Ya hacía un año que vivía allí y aún no me había acostumbrado a ese ritmo alocado y a la vez estructurado que tienen los neoyorquinos. Para mi Nueva York era como vivir siempre dentro de una película hollywoodense. Donde fuera que fuera recordaba algo de algún film: el Central Park, el Empire State, el Chrysler Building, la Biblioteca Nacional, los museos, los hoteles, la 5ta Avenida, la 42th, Saks, Macys, Bloomingdale’s, el Madison Square Garden, el Rockefeller Center con su pista de patinaje que majestuosamente se baña en oro cada noche, los pretzels recién hechos en las esquinas, el aroma al café de los Starbucks, el vapor de los subtes subiendo desde el piso que, increíblemente en la noche, le daba hasta un aspecto siniestro a la ciudad.

Ya no era una turista, sin embargo, el vivir cada instante con tanta pasión me hacía sentir como tal. Yo no corría a Grand Central por el primer tren que me llevara a mi humilde departamento en las afueras de la ciudad. Por el contrario, me quedaba disfrutando de ver correr a los demás.
El frío en invierno parecía cortar la piel, es verdad. Ni que hablar si nevaba. Pero con mi nariz casi congelada a pesar de estar cubierta con una buena bufanda, llegaba a eso de las cinco de la tarde a la estación y sólo me sentaba a mirar pasar a los pasajeros.

Nueva York es una ciudad muy heterogénea y no hay más que tomarse algunos minutos para darse cuenta de la variedad no sólo de razas y culturas, sino de locuras que hay por allí.
Estaba el violinista con su melodía a veces triste y otras más alegres. Algunos pocos dejaban caer dos o tres monedas, pero sin siquiera escuchar qué notas salían de su violín.
Estaban los maquinistas, con sus gorras azules bien armadas, que iban de un andén a otro, tratando de que sus vagones salieran en tiempo y forma. Atrasarse un minuto puede llevar a una demanda en esa ciudad.

Y también estaba la señora negra, alta, delgada, con su pelo corto y encrespado, de unos cuarenta y cinco años, que cargaba una bolsa azul. Lo particular era que ella nunca iba apurada. Su paso era lento y pausado, y su destino siempre el mismo. Iba hasta los asientos siempre vacíos al costado del andén 4. Con un suave movimiento giraba y se sentaba en el primero, a la derecha del andén, lugar que parecía estar reservado para ella. Una vez allí, parecía desinflarse. Permanecía estática por algunos segundos. Luego de recuperar energías, supongo, aún sentada doblaba su cuerpo hacia delante y abajo y colocaba la bolsa bajo el asiento. Volvía a incorporarse y permanecía quieta allí, esperando. Nunca supe qué ni a quién. Jamás me fui después que ella.

Me gustaba Nueva York. En especial me gustaba Manhattan. A pesar del frío tan frío en invierno. A pesar del calor tan caluroso en verano. Me gustaban los tulipanes en primavera en cada vidriera, en cada esquina. El otoño con su desfile de Saint Patrick por la 5ta. Avenida. El Soho, China Town y el Bronx, aunque este último sólo de día.
Me gustaba ser John Lennon y Yoko Ono paseando por el Central Park, Madonna de compras por las mejores tiendas, Al Pacino comiendo pasta en Little Italy o desayunar con Truman Capote cerca de Tiffany’s.
Me gustaba el arte que encontraba en lugares comunes pero también en rincones inimaginables. Ser Andy Warhol y tener mis 15 minutos de fama.

En Nueva York me sentía como en casa.
Y hasta el día de hoy me pregunto si realmente no lo sería. No sé por qué siempre tengo la bendita o maldita manía de volar. Mi falta de estabilidad conmigo misma hizo que un día me fuera por otros cielos, buscando nuevas ramas donde parar. No sé por qué me soy tan infiel. Aunque pensándolo bien y hablando de infidelidades, tal vez fue porque Manhattan es la Gran Manzana, y hasta a mi me superó el hecho de imaginarme pecando con algo de semejante magnitud.

sábado, 17 de octubre de 2009

BODAS DE HILO O BODAS DE SEDA


¿Quiénes somos? No la ropa que usamos; no somos eso.
Estamos debajo de eso.
No somos nuestro corazón, porque una persona
podría tener un transplante de corazón y seguir siendo ella misma.
No somos nuestros brazos y piernas, ni tampoco nuestro cerebro.
Una persona podría sufrir una embolia y rehabilitar el cuerpo y la mente.
El núcleo existe en un nivel más elevado, el nivel del alma.
Eso es quienes somos.
Hoy, aférrate a tu espíritu. Todo lo demás es efímero.- Yehudá Berg

Al abrir mi mail y encontrarme con la "Afinación diaria de la conciencia", CAUSALmente en un día como hoy me encuentro con esta reflexión, la cual me parece apropiada para todo lo que vengo a escribir.

Pasa el tiempo. Los años empiezan a pesar. Que me duele la espalda, que qué gordo que estoy, que cuánta celulitis nueva!, que la mesada del baño donde sólo había jaboncitos aromáticos y frascos de perfumes ahora está lleno de cremas de todo tipo, tamaño y color, que estamos cansados pero aunque tuviéramos el tiempo disponible ya no podemos dormir 12 horas seguidas (porque el cuerpo ya nos despierta antes), etc, etc, etc.


Pero para sentirnos mejor, digamos que estamos en la joven adultez. Que disfrutamos de ella a pleno, porque no somos ni viejos ni jóvenes, pero tenemos un bagaje de experiencia que nos hace tomar buenas decisiones (aunque a veces también tomemos malas, pero esas nos van a servir para cuando llegemos a la vieja adultez y digamos: "pucha, mirá que buenos que fuimos, como hicimos esto o aquello". Pero para eso falta).
Conservamos el espíritu del juego, de que disfrutes con tus hijos del play, de pelotear en el jardín, de jugar a las luchas o de enseñarles maniobras en skate. O que yo juegue a juegos de caja, lea cuentos, baile, invente búsquedas de tesoros, hagamos mandalas o nos pongamos las túnicas y empecemos a pintar. Somos padres de dos hermosos niños que cada día y cada uno a su manera nos dan felicidad y nos demuestran el por qué vivir vale la pena.

Las bodas de hilo. También se llaman bodas de seda. Y sí, yo creo que estos 12 años han sido así de frágiles, que los hilos han ido tejiendo una malla protectora contra caídas y que la seda ha sido la que nos ha acariciado en cada una de ellas.
No voy a enumerar todos nuestros pesares. Ni falta hace.
Sólo uno, y porque el mensaje de Yehudá viene de la mano con él.
Si sobrevivimos a Agustín, es muy poco lo que nos queda por no tolerar.
Por eso, cuando algo nos pase (como el estúpido robo del otro día), hacé el esfuerzo y recordá la carita de nuestro Angel.
Eso fue frustración. Eso es indignación. Eso es no poder darle a tu hijo lo que merece. Eso es querer tomar cualquier riesgo sin importar las consecuencias. Eso es amar a alguien al punto de dar la vida por el otro y, aún así, no poder hacer nada. Por todo esto, sí que estaba justificado cualquier cosa.
Por el resto de lo que hemos vivido, la verdad que no.

Yo sólo te pido que con ese amor que ya hace tantos años nos enseñó a vivir en 17 días nuestro hijo, así debemos seguir viviendo y amando en este mundo.
A eso vino, a enseñarnos a amar.


No importa si hay humedad en el baño, si las paredes se empiezan a descascarar y no tenemos dinero para pintarlas, si tenemos que invertir en rejas nuevas que no estaba previsto, si demoramos más o menos en tener notebooks nuevamente, si no nos podemos ir de vacaciones o si tenemos que inventar algo para generar más dinero.
Nada de eso importa.

Sólo importa que hace 12 años un día como hoy decidimos dar el sí a nuestra unión y desde entonces aquí estamos. ¿Que ha sido fácil llegar? No, para nada. El camino ha estado llena de piedras, pero las hemos ido pateando y tirando para un costado. Y hemos salido íntegros de cada situación.


Y hoy, 12 años después, podemos decir que vivimos en armonía, que tenemos una familia hermosa, que nuestros hijos crecen sanos, que hacemos lo posible por darles la mejor educación (aunque nos equivoquemos, sí, porque también de eso se trata ser padres), que vivimos en la casa que queremos y que aún tenemos la capacidad de reír juntos en los buenos momentos y llorar juntos también en los malos.


Feliz aniversario, mi amor.

Felices 12 años de dudas, de miedos, de desesperanzas.
Pero principalmente felices 12 años de unión, compañerismo, apoyo y amor incondicional.
Porque sólo el amor cuando es incondicional soporta estas cosas.

Felices 12 años de vida compartida, en el mayor sentido de la palabra.

sábado, 10 de octubre de 2009

MUJERES DE NEGRO


Ellas alimentan mi alma, me enseñan, me toman de la mano para que juntas caminemos, comparten sus sentimientos más profundos, me dan un abrazo y un beso cargado de amor, me sonríen, lloran conmigo, me entienden sin tener que decirles palabras, se preocupan por saber cómo estoy, me miman, me cuidan, me contienen, me hacen sentir especial.
Mis mujeres de negro han penetrado en mi corazón y tienen la varita mágica para tocar mi alma. Aprendo a través de sus palabras y lloro de emoción muchas veces tan sólo por verlas a ellas emocionarse.
Mis mujeres de negro son mujeres únicas, mujeres con un potencial enorme de amor para dar a los demás. Mujeres que sienten compasión por el otro. Una compasión que lejos está de ser un sentimiento que indica lástima. Ellas entienden que la compasión es com-pasión, porque así viven todo, con una pasión increíble por lo que creen y defienden.
Mis mujeres de negro aman de verdad, con el amor más puro que pueda existir, aceptan al otro tal como es, trabajan arduamente en la aceptación de sí mismas de forma incondicional para luego poder aceptar al otro de la misma manera. Y esa es la forma de amor más divino. Porque intentan comprender y aceptar tanto la alegría como el sufrimiento del otro, haciéndolo propio.
En fin, podría enumerar mil cualidades de mis mujeres de negro y cada una de ellas sería para halagarlas más y más. Ellas saben que no se precisan palabras para expresar lo que sentimos. Que muchas veces el silencio también es sonido. Y que con una mirada, podemos decirnos muchísimas cosas.
Sólo voy a agregar algo más. Mis mujeres de negro, hermanas que la vida ha puesto en mi camino, son las mujeres más blancas que conocí jamás. La pureza de sus almas, de esa esencia divina y pura, es la que llena mi corazón y la que hace que cada vez que las vea me sienta realmente feliz, contenida y regocijada por tanto amor.
Gracias por barrer mis malos tragos y gracias por las pócimas mágicas que juntas preparamos, para llevarnos luego a casa nuestros frasquitos de pasión, amor y tolerancia con el fin de que nos dure unos cuantos días, al menos hasta el próximo encuentro.
Gracias por ser parte de mi vida y dejarme pertenecer a la de ustedes. Gracias a quien desde arriba nos ha guiado para que juntas brillemos como el sol al mediodía, en todo su esplendor.
Este lazo es eterno y ya no importa lo que pase, porque lo cierto es que este amor no se mueve más de mi corazón.

jueves, 8 de octubre de 2009

CURITA PARA EL ALMA


Quisiera dejar atrás parte de mi pasado, de mi historia, de mis sueños, de mis ilusiones.

Aprieto el alma, para que nada se escape, porque estoy cansada de lanzar mis penas y glorias al vuelo, sin rumbo fijo, sin saber para dónde van.

Me duelen las costillas, los pulmones, el corazón. Pero no lo libero, ahí queda todo igual.

Porque tampoco es cuestión de echarlos a la deriva, pero lo cierto es que no encuentro dónde encauzarlos, a qué puerto llegarán o a dónde terminarán.
Claro que hay muchas cosas que ya están en su lugar, pero otras tantas están así, revoloteando por todas partes.

Tampoco entiendo por qué la vida me vive clavando su daga, dejándome sin aire y, como un testamento en la punta de una espada, así están siempre tantos de los sentimientos que me acongojan, recordándome a cada instante que no tienen escapatoria.

Aunque a veces soy caprichosa y, sutilmente, muevo la espada que me apunta y logro liberarlos. Entonces vuelan, pasean, se ríen, gozan, disfrutan.
El problema es el retorno. Pasan directo a terapia intensiva, y allí se quedan durante un buen período.
Algunas veces pienso que está bien, que vale la pena que entren en CTI. Otras, me duele tanto que me lamento de verdad. "Ni tan arrepentido ni encantado", canta Sabina.

De todas formas, lo cierto es que nada de lo que hago me lleva por el camino de la sanación. Irónico, no? Tanto que acuden a mi como fuente sanadora y resulta que conmigo no puedo hacer nada.

Lo más triste es que conozco las herramientas, pero no sé por qué me niego tanto a usarlas conmigo misma.
Y, sinceramente, espero tener pronto la voluntad para retomar mi merecido descanso de mi más profundo ser.

Y ojalá algún día deje de pedir curitas intentando así engañar a mi alma.