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viernes, 2 de mayo de 2014

DUELE, PERO AGRADEZCO RESPIRAR

Seguramente seré tildada como “mal de la cabeza” y algún otro improperio mayor quizás por lo que voy a escribir. También es probable que me digan “porque a vos no te pasó entonces no entendés nada” y están todos en su derecho de expresar lo que se les dé la gana, de la misma forma que lo voy a hacer yo ahora.
El asunto es que no paro de leer noticias sobre robos, asesinatos, violaciones y, lo que es peor aún, muchas no las leo, sino que me las cuentan en vivo y en directo aquellos a los que conozco, incluyendo a mi propia familia. Que el auto, que las garrafas, que el perro, que la invasión al hogar, que destrozos por aquí, destrozos por allá, que un fulano lo sigue, que otro lo intercepta y lo roba, que a uno lo amenazan con un fierro por reclamar lo propio, que se bajan de un auto para pegarles por tocarle bocina … en fin. Gracias a Dios ninguno de los cuentos que me llegan de las personas a las que quiero y tengo en mi círculo de amigos y familia le ha sucedido nada físico. Están todos en muy buen estado de salud y por ahora sólo debemos lamentar pérdidas materiales. Por ahora. Porque luego de someterse a este tipo de violencia, temo por la seguridad de todos. Incluyendo la mía.
Nadie está a salvo de nada. Y la impotencia que se genera es mucha. Y la rabia, frustración y dolor (porque detrás de todo siempre está el dolor) es aún mayor.
¿Y qué hacer nosotros, estos pobres cuatro gatos locos que somos, para cambiar en algo esta situación? ¿Hay realmente algo que podamos hacer? “Bunkearnos” en casa no podemos. Ya bastante entre rejas vivimos y tampoco funciona. No salir nunca más del hogar es algo totalmente inviable e imposible. Dejar siempre a alguien al cuidado de nuestras pertenencias, no asegura nada. Los ocupamientos ocurren con gente adentro, como le acaba de suceder a una amiga. No tener auto para que no te roben la nafta o te rompan los vidrios y andar en ómnibus todo el día, tampoco te da ninguna certeza, porque también allí te roban, te empujan, te tiran, te patean y hasta corrés el riesgo de que te atropellen cuando bajás o subís, porque también ha ocurrido en mi círculo, y esto sí con consecuencias gravísimas. Irreversibles.
Entonces, bajamos la cabeza y seguimos laburando. Y arreglamos los autos, compramos la garrafa de nuevo, esperamos que el auto que robaron no aparezca nunca más para poder recuperar algo con el seguro, ordenamos la casa y desinfectamos todo porque nos da asco pensar que estuvieron allí, lavamos el auto y lo ordenamos con la misma intención (sacar el olor a orina no es fácil, pero se puede con un buen limpiador de tapizados, lo garantizo), dejamos que nuestro ex socio se quede con lo que no le corresponde antes que nos parta un fierro en la cabeza, tomamos mayores precauciones en autos y hogares (sin estar seguros de que sean inviolables), confiamos ciegamente en que nuestros hijos están cuidados y guiados por seres celestiales y rezamos cada vez que salen para que nada les suceda y empezamos de a poquito a retomar nuestra vida lo mejor posible hasta que la rutina vuelve a ser la misma de antes. Hasta que otra vez pase algo y nos recuerde todo esto de nuevo.

Y sí, yo también estoy harta y cansada de todo esto. Y lo único que se me ocurre es que acá se aplique la maravillosa ley de Rudolph Giuliani, quien fuera alcalde de Nueva York, que impuso en una ciudad donde el robo y asesinato estaba al orden del día la tolerancia cero. Y funcionó. Y bajar la ley de imputabilidad que tanto discuten, porque los pastabaseros son niños que deberían estar estudiando igual que el tuyo o el mío pero, ¿sabés qué? Está robando porque esa es la educación que ha tenido de generación en generación. Porque ya debemos ir por la tercera generación de ladrones, donde en esa casa el abuelo (si es que está) cuenta de lo fantástico que le fue en el robo allá por el 68 (porque mucho más viejos no son). Y porque en la casa ya no educan, porque las madres van y le pegan una piña a la maestra y ese es el ejemplo que recibe el niño, que pegar y agredir está bien (el hijo de esa madre y otros tantos que andan en la vuelta y lo ven).
Entonces, bajá la ley y no lo metas en una cárcel donde supuestamente, como dice el Dr. Tabaré Vázquez, lo van a violar. Creá una cárcel de educación. Pero que estén encerrados estudiando, no en la calle robando. Y enséñales en el medio un oficio también, de paso. Y sé que todo es plata y que “no hay presupuesto”. Pero sí para las campañas políticas, sí para hacer boludeces como poner unas hermosas letras en la rambla o crear un parque de deportes o cualquier otra cosa. Todo queda divino, pero lo cierto es que a esta altura ya no me importa nada de eso. Me importa la educación. Y me importa sacar a toda esta gente de la calle, que no conoce otra cosa que robar o asesinar. EDUCACION y TOLERANCIA CERO. Cárceles educativas y los adultos a recoger la basura cuando los municipales están de paro, por ejemplo, o cualquier otra de las tantas cosas que hay para hacer. Ah, sí, me olvidaba de los derechos humanos. Pero si en medio del trabajo además les enseñamos también un oficio, ¿no cuenta? Porque los derechos humanos son unilaterales. Resulta que el que está en la cárcel por matar tiene más derecho humano que el pobre muerto que no tuvo ninguno al momento de ser asesinado por ese. Porque lo cierto es que mata porque ni su propia vida tiene valor para sí mismo, como ese que por no ser atrapado por la policía se pegó un tiro en medio de la calle hace unos días.
Sólo quiero un mundo mejor. Un país mejor. Un país donde los que aquí vivimos entendamos que vale la pena vivir y lo hagamos con alegría. Leí una nota el otro día de un haitiano que vino porque acá podía hacer algo por su vida. Y lo hizo. Y se graduó en Relaciones Internacionales. Y piensa volver a su país en un año para ayudar a niños y niñas de allá. Otro de República Dominicana (y a este lo conozco) vino porque tenía cuatro horas de luz por día en su casa, entre otras carencias. Vivía en situación deplorable. Acá es guardia de seguridad y es feliz con lo que gana (algo de lo que se quejan tantos). Y piensa hacer una sociedad con otros dominicanos para abrir un restaurante comunitario, donde todos ellos tengan qué comer, y a su vez tener venta de comidas típicas de su país.
Oportunidades hay, sólo que los de aquí no las ven. Ya están ciegos de odio y resentimiento. Para qué trabajar si es mejor robar al que trabaja. Para qué trabajar si tienen dinero fácil de vos, de mí y de todos.
La cosa está difícil, pero no imposible. Y si se hace bien, va a llevar su tiempo acomodar todo esto. Pero nos estamos convirtiendo en algo que no éramos y no me gusta nada. No quiero temer por la vida de mis hijos, mi familia, mis amigos, mi propia vida o mis pertenencias. No quiero vivir asustada.

Y acá entra mi discurso tan bonito de “todos somos uno” en el que tanto me cuesta creer cuando pasan estas cosas. Pero no reniego de él tampoco. Ese que mata también soy yo vibrando en una energía totalmente opuesta a la mía. Y contagia. Y el otro vibra en esa misma energía también. Me acuerdo de la película “Pecados Capitales”, donde el protagonista, Brad Pitt, hace todo lo posible por no verse afectado por los pecados que van sucediéndose. Se mantiene firme a pesar de que hay momentos que parece que fuera a dominarlo el odio. Pero no, banca bien. Hasta que en el último, sucumbe: la ira. Si esto sigue así, vamos a vibrar todos en la misma energía y se va a convertir en una ciudad al mejor estilo del país descripto en “Ensayo sobre la ceguera” de José Saramago, donde algo epidémico terminó sacando lo peor de cada uno. 
Sigo creyendo que en esencia “todos somos uno” y que lo que nos “contamina” es el entorno, el ambiente, los malos consejos, la envidia, los celos y, sin duda alguna como componente principal, la falta de amor y contención. Probablemente otros factores que me estoy olvidando pero que no es lo que hacen esta historia. Todavía creo en el ser humano, pero no en las personas. No en esa máscara que se usa para ser malo, ladrón, asesino y, por ende, deshumanizado. Me cuesta mucho igual llegar a esta conclusión, pero así desperté hoy, pensando en todo esto y tratando de no llenarme yo también de odio, porque no gano nada y pierdo mucho. Soy amor y vibro en amor. Y voy a seguir intentándolo, aunque me incendien la aldea, como al cura bueno en “La Misión”. Yo creo. Así soy.

Me duele el alma ver a mi país así. No sé qué hacer más que proponer, porque no tengo herramientas a mi alcance para que se lleve a cabo nada de lo que propongo.
A quien quiera, lo invito a vibrar en positivo. Por favor, no se contaminen con ira porque no les hace nada bien y se logra el cometido del deshumanizado. Sigan siendo amor, perdonando y agradeciendo por lo que tienen en vez de lamentar lo que no. Sé que es super difícil, pero inténtenlo. Por favor.
Y dejo constancia que no escribo desde lo fácil de “a mi no me pasó nada”. Porque aunque no lo haga público, como a todos a mí también me pasó.