Hay momentos en la vida que parece que uno va por el camino equivocado. Y digo parece, porque yo soy una convencida (desde hace ya un tiempo) que los rumbos nunca están equivocados, en el sentido que las cosas que nos pasan nos tienen que pasar. Ya sé, muchos discutirán conmigo al respecto, pero realmente es mi forma de ver la vida. Y vaya que hablo con propiedad de causa. He vivido momentos muy duros que con toda sinceridad no deseo que nadie los tenga que sortear. Sin embargo, no reniego de ellos, porque han hecho de mí quien soy hoy. Con mis defectos y virtudes, sin dudas, pero soy lo que soy. Y sí, tampoco soy tan tonta como para decir “si viviera otra vez quisiera pasar por todo esto de nuevo”. No. Realmente si pudiera poner marcha atrás y no vivir determinadas situaciones, lo haría. Pero no puedo. Y esto es lo que hay. Entonces, no queda más que mirar hacia adelante y arremeter con todo a esta vida.
Y hoy me encuentro con mis ya 38 tratando de encontrar mi muchosidad. No tengo a un sombrero loco como Alicia que me diga que se me ha ido, ni tampoco he visitado el País de las Maravillas (aunque sí he visto Maravillas en mi país). Sin embargo, siento que algunas cosas no están como deberían estar.
Entonces, me arriesgo a vivir con plenitud, con sinceridad, con intimidad con mi ser. A conocerme, a buscarme, a encontrarme, a desafiarme, a mirarme en el espejo, a descubrirme, a sonreírme y a aceptarme, entre otras cosas. A encontrar la esencia de mi ser, a ser genuina conmigo, a vivir mi propia felicidad sumida por elección en el amor hacia los demás, a aceptar lo que viene y a agradecer por lo que tengo y por lo que no. A descubrir los instantes mágicos que me brinda esta vida y no dejarlos pasar, sino a vivirlos con toda la pasión que ellos merecen. A llorar cuando se me da la gana y a reír cuando se me da la gana, sin importar quién mira o quién no. A ser un modelo original, no repetible. A que mis hijos se enorgullezcan de mí, pero no por ego, sino por amor.
Quizás esté loca por querer vivir en la muchosidad. Pero realmente siento que se puede. Que podemos ser seres esencialmente puros y originales. Que todos podemos recuperar nuestra inocencia y vivir una vida plena, a pesar de los pesares.
Estoy segura y convencida que estoy yendo por donde debo ir. Lo sé, porque las bifurcaciones jamás me llevaron a caminos inseguros o sin salida. Siempre, al final, descubrí el premio que me esperaba, aunque otra bifurcación se abriera.
Quizás esté loca, sí, pero prefiero morir en esta locura que en la de no haber podido soñar con mi mundo mejor. Y si en algún momento pierdo el rumbo hacia mi muchosidad, ya lo saben, están todos autorizados a tocar la campanita, darme un golpe en la frente, rezongarme, gritarme o alertarme que estoy por el camino incorrecto. Porque también necesito que de vez en cuando me sacudan un poco y me muestren por dónde voy.