Translate

martes, 11 de octubre de 2016

DESPERTAS Y YA SABES, NO ES UN DIA MAS

Estás junto al fuego, disfrutando el calor de tu hoguera. Le echás un leño para reavivarla. Soplás. Vuelan cenizas. Intentás que no se dispersen. Te asombra ver cómo parecen pequeñas estrellitas flotando en el aire. El sonido de fondo te molesta. Intentás tocarlas y se desvanecen. El ruido se vuelve un poco más intenso y molesto. Tenés que apartar la vista de tu lindo espectáculo. Te das cuenta que lo que suena es la alarma de tu celular y abrís los ojos para apagarla. Ya es hora de despertarte aunque para vos sea de madrugada. Porque no lo es. La gente ya está en movimiento desde hace rato. Pero tu cuerpo no lo entiende y tu cerebro no logra procesarlo con buen humor.
Mirás dormir plácidamente a tu esposo. Sabés que es el único momento del día que no lo amás con la intensidad que lo hacés el resto de la jornada. Sentís envidia porque se queda un rato más en la cama. Y sabés que la envidia nunca puede ser amor. Entonces te sentís mal por esto.
Ponés los pies sobre el piso, que por suerte no está frío porque tenés alfombra, para luego calzarte las pantuflas e ir arrastrándote hasta el baño. Mirás el reflejo de tu imagen en el espejo. En una hora será totalmente diferente pero, por ahora, es deplorable. Mojás un poco tu rostro para despejarte. El agua está helada y te preguntás por qué no sos capáz de esperar a que caliente un poco. Recordás la necesidad de algunas partes del mundo de algo tan esencial para vos como abrir una canilla y por eso es que no la desperdiciás.
Vas a despertar a tu hijo adolescente para que se vaya aprontando. Intentás entrar al cuarto sin tropezarte con nada. Antes de enojarte por el desorden, volvés a poner en funcionamiento tus neuronas (con mucho esfuerzo) y recordás que vos eras igual a su edad.
Seguís arrastrando los pies y, con la poca energía de tu cuerpo aún dormido, vas a la cocina a preparar el desayuno. Preparás el de todos: el de tu hijo adolescente, tu hijo menor que también duerme, tu esposo y el tuyo. Lo hacés de forma automática, aunque lenta.
Le dejás su taza de leche caliente y un sandwich sobre la mesa mientras vas a acomodarte un poco. El pelo lavado de la noche anterior parece la melena despeinada de un león. Te va a llevar más tiempo del habitual sacarle el frizz y dejarlo un poco lacio. Empezás a usar tu infaltable planchita cuando tu hijo te avisa que ya está pronto y que se va en su bicicleta. Volvés a la puerta de entrada a despedirlo, desearle un buen día y decirle que lo amás. No podés dejar que salga de casa sin estas palabras. Es casi un ritual.
Volvés a tus quehaceres. Terminás con el planchado de tu pelo y te vestís con el mismo traje negro de todos los días y una polera de lana. No te molesta. Más te molestaría pensar qué ponerte cada día.
Te maquillás discretamente pero lo mejor posible para disimular las ojeras (que gracias a los consejos de tu amiga aprendiste a ocultar) y destacar los puntos fuertes, como tus ojos y labios. Aunque tus ojos ya están perdiendo poder. Alrededor se están notando más tus arrugas que el tamaño de estos. El paso del tiempo comenzó a aparecer y a pasos agigantados.
Te perfumás con tu perfume favorito. Estás lista. Le das un beso a tu esposo que entre las sábanas murmura un te amo y respondés que vos también. Pasás por el dormitorio de tu hijo menor, lo acariciás y besás su cabeza. También le decís que lo amás, aunque lo decís bajito para no despertarlo.
Salís de tu casa y te subís a tu auto. El tiempo está horrible. No llueve, pero hay mucha humedad y las calles están mojadas del día anterior.
Es temprano, no tenés por qué apurarte por llegar al trabajo.
El tránsito está muy pesado. Te lo tomás con calma. Veinte minutos después de salir te das cuenta que vas hablando contigo misma. Decidís prender la radio. La música es mejor que tus pensamientos. O que alguien afuera piense que estás loca, lo cual no sería tan disparatado.
Buscás la radio que no está puesta, porque todavía tenés uno de esos autos que no tiene la radio incorporada. La guardaste en la gaveta la noche anterior. La sacás y abrís su caja. Te distraés un instante. Sentís un golpe fuerte. Tu cuerpo se mueve hacia delante y enseguida hacia atrás. El auto de adelante parece estar demasiado cerca. El de atrás también. No entendés nada. Estás aturdida. Los sonidos se sienten lejanos. Sentís correr un líquido caliente por tu rostro recién maquillado. Hay mucho ruido pero no distinguís nada. No entendés nada. De a poco los sonidos se apagan. Se alejan. Sólo escuchás el latido de tu corazón. Cada vez más rápido, más fuerte. Hasta que en cierto momento, también eso dejás de sentir.

мαgǝcн

domingo, 24 de agosto de 2014

TENGO UN HIJO ADOLESCENTE

Sí, ya sé, no tiene nada de original el título de este post. Ni el título ni el hecho de tenerlo. Miles, que digo miles, miles de millones de madres en este planeta han tenido tienen o tendrán un hijo adolescente alguna vez.

Pero resulta que ésta es MI primera vez. 
Y más allá de enfrentarme a los olores que un varón adolescente trae consigo, a caras de hastío por tener que dar un paso más de lo previsto para hacer algo, al hecho de vivir cansado, estar de malhumor, que el "eh?" sea la respuesta a cualquier comentario o pregunta, o a ver cómo cree que mamá y papá son los seres más despistados, lelos y tontos del mundo entero, lo más terrible de todo esto, es DARME CUENTA que mi hijo realmente creció.

Mañana se conmemora un nuevo año de la Declaratoria de Independencia en Uruguay. Casualmente, hace 13 años, también conmemorábamos la llegada de Juan Diego al mundo. Y en varias oportunidades, como lo es este año, una nueva forma de independencia también en su vida.

Mientras todos salían a bailar y organizaban su noche nostalgiosa, yo esperaba el momento en que el quirófano se desocupara de urgencias y decidieran hacerme la tan esperada cesárea. A las 2:22 de ese 25 de agosto del año 2001, luego de un eterno minuto sin llanto, vi la carita de mi amoroso y regordete niñito llorando a todo pulmón.
Y desde ese día, cada 24 de agosto, mientras todos se preparan para la famosa Noche de la Nostalgia uruguaya para bailar los ritmos de los 70, 80 y 90, yo me pongo a pensar en lo lindo que fue ser mamá después de sentir tanto dolor en el alma. Juan Diego se instaló en mi vida y me dejó finalmente desplegar todo mi amor maternal.

Así, cada día como hoy, pienso en el hermoso bebé que iba a nacer en pocas horas. En esa carita redondita, con todo el puño en la boca de tanto hambre que tenía. 
Pienso en los años que vinieron después y en el niño que de a poco dejaba atrás al bebé. El que hacía travesuras y se reía con sus ojitos brillantes y su boquita divina, llena de dientitos de leche. Pienso en las dificultades que con su corta edad logró superar y el orgullo que sentí porque, como sea, lo hizo. Pienso en el pequeño hombrecito que me acompañó y consoló cuando estaba mal, en ese niño de la palabra justa en el momento justo, en ese ser que me cuida a veces más de lo que yo cuido de él.

Mañana cumple 13 años, mi ya no niño, sino adolescente. Mi pequeño al que durante todo este año que pasó vi crecer, no sólo de tamaño sino también emocionamente. Veo cómo repite cosas que yo hice y me causa gracia. Lo veo confundido, por momentos siendo niño y por momentos grande, librando su propia batalla por crecer y salir adelante. Pero no veo mucha cosa más. Porque ya no muestra, ni cuenta, ni comparte ciertas cosas como antes.
Y me emociona, pero me cuesta horrores soltar. Y voy liberando la piola de a poco, a veces más, a veces menos, porque también me cuesta graduar.
Me enoja que no lleve el pantalón adecuado cuando tiene fútbol, pero lo cierto es que no se queda sin jugar porque de alguna forma se las arregla.
O que se saque un 1 por no llevar la tarea pero cuando rezongo recibo como respuesta "es mi responsabilidad".
O que le guste alguien y yo no sepa.
O que no quiera cortarse el pelo y yo ya no pueda incidir.

Pero lo que realmente me hizo tomar conciencia de su edad fue cuando recibió su primer regalo adelantado que fue dinero. Y entonces dijo: "me voy a ir a comprar ropa con esto". ¿Qué? ¿Cómo? ¿Y dónde quedó el dinero para los juegos de play? ¿O ese que seguía ahorrando para una consola nueva? ¿Desde cuando mi hijo quiere comprarse ropa? La respuesta: desde que es un adolescente.

Así que esta noche, cuando llegue de lo de su padre, disfrutaré por última vez de mi niño (ya simbólicamente) para darle paso a las 12AM al adolescente por completo, para enfrentarme a este largo período que me queda por delante, para llenarme de paciencia y tolerancia y aprender a medir la justicia con esos dos pilares sosteniéndola.
Esta noche miraré con nostalgia a mi niño y lo despediré con muchos besos y abrazos (aunque le moleste que le dé tantos) y recibiré con los brazos abiertos para cuando quiera ser abrazado al pequeño jovencito al que disfrutaré, rezongaré y me enorgulleceré en ver crecer.
Por suerte para mí, todavía me queda uno en la niñez.
¡Adolescencia, allá vamos! 
¡¡Felices 13 años, mi amor!!!

domingo, 15 de junio de 2014

MIL AÑOS

Hay amores que duran mil años
y algunos que duran mil años más.
El mío es un amor de película,
esos que duran una eternidad.
Entre todo lo que en vida agradezco
es haber conocido este amor.
Mágico, único e impredecible,
amor del bueno, amor de Dios.
No es exagerado lo que expreso,
porque amar a Dios es incondicional,
y yo a vos te amo, hermoso mío,
de la manera más pura que amé jamás.
Que la vida nos encuentre siempre juntos.
Que cada mañana sea una felicidad despertar.
Te amo por siempre, mi eterno amante,
por estos mil años
y por mil años más.


viernes, 2 de mayo de 2014

DUELE, PERO AGRADEZCO RESPIRAR

Seguramente seré tildada como “mal de la cabeza” y algún otro improperio mayor quizás por lo que voy a escribir. También es probable que me digan “porque a vos no te pasó entonces no entendés nada” y están todos en su derecho de expresar lo que se les dé la gana, de la misma forma que lo voy a hacer yo ahora.
El asunto es que no paro de leer noticias sobre robos, asesinatos, violaciones y, lo que es peor aún, muchas no las leo, sino que me las cuentan en vivo y en directo aquellos a los que conozco, incluyendo a mi propia familia. Que el auto, que las garrafas, que el perro, que la invasión al hogar, que destrozos por aquí, destrozos por allá, que un fulano lo sigue, que otro lo intercepta y lo roba, que a uno lo amenazan con un fierro por reclamar lo propio, que se bajan de un auto para pegarles por tocarle bocina … en fin. Gracias a Dios ninguno de los cuentos que me llegan de las personas a las que quiero y tengo en mi círculo de amigos y familia le ha sucedido nada físico. Están todos en muy buen estado de salud y por ahora sólo debemos lamentar pérdidas materiales. Por ahora. Porque luego de someterse a este tipo de violencia, temo por la seguridad de todos. Incluyendo la mía.
Nadie está a salvo de nada. Y la impotencia que se genera es mucha. Y la rabia, frustración y dolor (porque detrás de todo siempre está el dolor) es aún mayor.
¿Y qué hacer nosotros, estos pobres cuatro gatos locos que somos, para cambiar en algo esta situación? ¿Hay realmente algo que podamos hacer? “Bunkearnos” en casa no podemos. Ya bastante entre rejas vivimos y tampoco funciona. No salir nunca más del hogar es algo totalmente inviable e imposible. Dejar siempre a alguien al cuidado de nuestras pertenencias, no asegura nada. Los ocupamientos ocurren con gente adentro, como le acaba de suceder a una amiga. No tener auto para que no te roben la nafta o te rompan los vidrios y andar en ómnibus todo el día, tampoco te da ninguna certeza, porque también allí te roban, te empujan, te tiran, te patean y hasta corrés el riesgo de que te atropellen cuando bajás o subís, porque también ha ocurrido en mi círculo, y esto sí con consecuencias gravísimas. Irreversibles.
Entonces, bajamos la cabeza y seguimos laburando. Y arreglamos los autos, compramos la garrafa de nuevo, esperamos que el auto que robaron no aparezca nunca más para poder recuperar algo con el seguro, ordenamos la casa y desinfectamos todo porque nos da asco pensar que estuvieron allí, lavamos el auto y lo ordenamos con la misma intención (sacar el olor a orina no es fácil, pero se puede con un buen limpiador de tapizados, lo garantizo), dejamos que nuestro ex socio se quede con lo que no le corresponde antes que nos parta un fierro en la cabeza, tomamos mayores precauciones en autos y hogares (sin estar seguros de que sean inviolables), confiamos ciegamente en que nuestros hijos están cuidados y guiados por seres celestiales y rezamos cada vez que salen para que nada les suceda y empezamos de a poquito a retomar nuestra vida lo mejor posible hasta que la rutina vuelve a ser la misma de antes. Hasta que otra vez pase algo y nos recuerde todo esto de nuevo.

Y sí, yo también estoy harta y cansada de todo esto. Y lo único que se me ocurre es que acá se aplique la maravillosa ley de Rudolph Giuliani, quien fuera alcalde de Nueva York, que impuso en una ciudad donde el robo y asesinato estaba al orden del día la tolerancia cero. Y funcionó. Y bajar la ley de imputabilidad que tanto discuten, porque los pastabaseros son niños que deberían estar estudiando igual que el tuyo o el mío pero, ¿sabés qué? Está robando porque esa es la educación que ha tenido de generación en generación. Porque ya debemos ir por la tercera generación de ladrones, donde en esa casa el abuelo (si es que está) cuenta de lo fantástico que le fue en el robo allá por el 68 (porque mucho más viejos no son). Y porque en la casa ya no educan, porque las madres van y le pegan una piña a la maestra y ese es el ejemplo que recibe el niño, que pegar y agredir está bien (el hijo de esa madre y otros tantos que andan en la vuelta y lo ven).
Entonces, bajá la ley y no lo metas en una cárcel donde supuestamente, como dice el Dr. Tabaré Vázquez, lo van a violar. Creá una cárcel de educación. Pero que estén encerrados estudiando, no en la calle robando. Y enséñales en el medio un oficio también, de paso. Y sé que todo es plata y que “no hay presupuesto”. Pero sí para las campañas políticas, sí para hacer boludeces como poner unas hermosas letras en la rambla o crear un parque de deportes o cualquier otra cosa. Todo queda divino, pero lo cierto es que a esta altura ya no me importa nada de eso. Me importa la educación. Y me importa sacar a toda esta gente de la calle, que no conoce otra cosa que robar o asesinar. EDUCACION y TOLERANCIA CERO. Cárceles educativas y los adultos a recoger la basura cuando los municipales están de paro, por ejemplo, o cualquier otra de las tantas cosas que hay para hacer. Ah, sí, me olvidaba de los derechos humanos. Pero si en medio del trabajo además les enseñamos también un oficio, ¿no cuenta? Porque los derechos humanos son unilaterales. Resulta que el que está en la cárcel por matar tiene más derecho humano que el pobre muerto que no tuvo ninguno al momento de ser asesinado por ese. Porque lo cierto es que mata porque ni su propia vida tiene valor para sí mismo, como ese que por no ser atrapado por la policía se pegó un tiro en medio de la calle hace unos días.
Sólo quiero un mundo mejor. Un país mejor. Un país donde los que aquí vivimos entendamos que vale la pena vivir y lo hagamos con alegría. Leí una nota el otro día de un haitiano que vino porque acá podía hacer algo por su vida. Y lo hizo. Y se graduó en Relaciones Internacionales. Y piensa volver a su país en un año para ayudar a niños y niñas de allá. Otro de República Dominicana (y a este lo conozco) vino porque tenía cuatro horas de luz por día en su casa, entre otras carencias. Vivía en situación deplorable. Acá es guardia de seguridad y es feliz con lo que gana (algo de lo que se quejan tantos). Y piensa hacer una sociedad con otros dominicanos para abrir un restaurante comunitario, donde todos ellos tengan qué comer, y a su vez tener venta de comidas típicas de su país.
Oportunidades hay, sólo que los de aquí no las ven. Ya están ciegos de odio y resentimiento. Para qué trabajar si es mejor robar al que trabaja. Para qué trabajar si tienen dinero fácil de vos, de mí y de todos.
La cosa está difícil, pero no imposible. Y si se hace bien, va a llevar su tiempo acomodar todo esto. Pero nos estamos convirtiendo en algo que no éramos y no me gusta nada. No quiero temer por la vida de mis hijos, mi familia, mis amigos, mi propia vida o mis pertenencias. No quiero vivir asustada.

Y acá entra mi discurso tan bonito de “todos somos uno” en el que tanto me cuesta creer cuando pasan estas cosas. Pero no reniego de él tampoco. Ese que mata también soy yo vibrando en una energía totalmente opuesta a la mía. Y contagia. Y el otro vibra en esa misma energía también. Me acuerdo de la película “Pecados Capitales”, donde el protagonista, Brad Pitt, hace todo lo posible por no verse afectado por los pecados que van sucediéndose. Se mantiene firme a pesar de que hay momentos que parece que fuera a dominarlo el odio. Pero no, banca bien. Hasta que en el último, sucumbe: la ira. Si esto sigue así, vamos a vibrar todos en la misma energía y se va a convertir en una ciudad al mejor estilo del país descripto en “Ensayo sobre la ceguera” de José Saramago, donde algo epidémico terminó sacando lo peor de cada uno. 
Sigo creyendo que en esencia “todos somos uno” y que lo que nos “contamina” es el entorno, el ambiente, los malos consejos, la envidia, los celos y, sin duda alguna como componente principal, la falta de amor y contención. Probablemente otros factores que me estoy olvidando pero que no es lo que hacen esta historia. Todavía creo en el ser humano, pero no en las personas. No en esa máscara que se usa para ser malo, ladrón, asesino y, por ende, deshumanizado. Me cuesta mucho igual llegar a esta conclusión, pero así desperté hoy, pensando en todo esto y tratando de no llenarme yo también de odio, porque no gano nada y pierdo mucho. Soy amor y vibro en amor. Y voy a seguir intentándolo, aunque me incendien la aldea, como al cura bueno en “La Misión”. Yo creo. Así soy.

Me duele el alma ver a mi país así. No sé qué hacer más que proponer, porque no tengo herramientas a mi alcance para que se lleve a cabo nada de lo que propongo.
A quien quiera, lo invito a vibrar en positivo. Por favor, no se contaminen con ira porque no les hace nada bien y se logra el cometido del deshumanizado. Sigan siendo amor, perdonando y agradeciendo por lo que tienen en vez de lamentar lo que no. Sé que es super difícil, pero inténtenlo. Por favor.
Y dejo constancia que no escribo desde lo fácil de “a mi no me pasó nada”. Porque aunque no lo haga público, como a todos a mí también me pasó.


sábado, 5 de octubre de 2013

NUNCA ES UN BUEN DIA

Imagen: Joan Llimona

Otra vez estás sentada en ese suelo frío de cerámicas color caoba de tu baño, llorando como una Magdalena, aunque nunca supiste cómo llora la Magdalena, pero debe ser que llora mucho, por eso es que ahora te comparás con ella y pensás que más tarde quizás vayas a Google y te fijes por qué se dice eso cuando alguien llora tanto, pero no ahora. Ahora no podés fijarte en nada, porque tus ojos no te permiten ver ni siquiera la pared que tenés enfrente.

Apagás la luz del baño para sentirte más íntima, porque aunque no haya nadie no querés ni que el WC te vea llorar de esa manera, y te acostás boca abajo, dejando que tu pecho sienta el frío de las cerámicas, a ver si así se te enfría el corazón. Aprovechás que estás ahí sola y ya nadie te ve para gritar un poco, tampoco tanto, porque te pueden escuchar y lo que menos querés en este momento es que alguien te escuche. Querés que sólo la tierra te escuche y se lleve esta angustia que te nace en el medio del pecho y la transmute, quizás por un poco de alegría, que hace tanto no sentís.

No entendés esta forma de amar por más que te lo haya explicado una, diez o mil veces. Nunca la vas a entender. Dice que no quiere vivir más en la mentira. Que así ha vivido durante toda su vida. Que es hora de empezar a vivir en la verdad. Por un rato te creés que es cierto, que está bueno que haya decidido vivir su vida así. Hasta por el amor que le tenés le das una especie de bendición. Pero no es cierto. No le das nada una bendición. ¿Cómo vas a dejar que toque a otra, bese a otra, acaricie a otra? Dice que está cansado y necesita un tiempo de reposo ¿El se cansó? ¿Ahora que sos suya como tantas veces soñó que lo fueras, de verdad se cansó? No es admisible. No tolerás que esté cansado. Porque si de verdad te ama, no debe estar en ningún otro lugar que no sea a tu lado. Si es cierto todo el amor que dice tenerte, no puede seguir en este juego absurdo, esperando que algún día lo perdones. Y vos sabés que no lo vas a perdonar. Ya se lo advertiste. No ahora, antes. Ya le dijiste que tenías un límite de tolerancia a las cosas. Así que no venga ahora a pedirte que esperes un poco más. No hay derecho. 

Nadie dijo que esto iba a ser fácil. Hasta Romeo y Julieta terminaron mal, pero juntos. El no debería dejarte ir. No debería hacerte sufrir de esta manera tan cruel. Porque te conoce, y mucho. Sabe cómo te sentís en este momento y vos no podés entender de ninguna forma que esté siendo tan cruel. Seguís llorando sola en el baño. A veces sollozás, hasta que el recuerdo de aquella noche que te preparó la cena especialmente para vos, te vuelve a desarmar. O cuando pensás en sus manos, en sus caricias, en su mirada. Cuando pensás que va a penetrar otro cuerpo que no es el tuyo, que va a tocar los muslos de otra mujer que no sos vos, que va a besar otros labios, que seguro no serán tan suaves como pétalos de rosa, porque esos son solo tuyos, mi amor, pero sí besará pétalos de claveles en todo caso. La mirará a los ojos o, lo peor de todo, se reirá con ella. Otra vez ese llanto doloroso que te atraviesa el pecho. No querés que se ría con más nadie. Las risas son tuyas. Vos lo hacés reír y él a vos. Vos le alegrás la vida y él la tuya. Mierda. Te estás convirtiendo en una de esas mujeres de manual de autoayuda, de las que aman demasiado. No querés ser esa mujer. No sos esa mujer. Nunca mujer de manual. 
Así que te levantás un poco dolorida después de haber estado tirada tanto rato en ese piso frío, prendés la luz y das unos pasos hacia el lavabo. Te mirás en el espejo. Siempre te gusta mirarte al espejo cuando tenés los ojos llenos de lágrimas. Están tristes, pero tienen un brillo especial. Hasta parecen más claros. Es eso, por eso te gusta. Porque toman una tonalidad verdosa que no sabés si es que se están pudriendo con tanto llanto o es que cambian de color realmente. Abrís la canilla y dejás que corra un poco de agua, te lavás la cara y te secás. Nunca dejás de mirarte. Respirás hondo y decidís que tenés que seguir adelante, sea como sea, aunque no tengas ganas de nada hoy.
Date el permiso de no hacer nada hoy. Ni mañana. Pero no mucho más porque no sos de las que se abandonan tiradas en una cama por un amor que no pudo ser. Sí, sos de esas, pero no podés hacerlo porque hay todo un mundo que sigue girando, esté él en tu vida o no. Estés vos en esta vida o no. Pero más vale estar, porque no le vas a dar el gusto de sentir culpa. No le vas a dar ese gusto de que se victimice. 

No pienses más en lo que no vas a tener. No pienses que perdiste el mejor sexo de la historia ni a la persona que más te ha entendido en tu maldita vida. Pensá en lo que ganás. Y pensá realmente si no sos vos la que vas a vivir en la verdad, en vez de él. Te libera de andar a escondidas. Te libera de esas tardes que te sentías una pobre desdichada a pesar de que había sido idea tuya la de ir al departamento que arrendó especialmente para vos y llegar en su Van tirada en el piso de atrás, tapada con una sábana de pies a cabeza, por si él se nos cruza, mi amor, basura urbana, mortajada como si estuvieras muerta. Muerta. Quizás fue un presagio, porque así es como te sentís ahora. Pero entonces te libera de amarlo, porque en el momento en que lo imagines en brazos de la otra, lo vas a detestar. Hacelo, detestalo por un tiempo. No va a ser para siempre, pero desde ese lugar vas a poder tomar fuerzas para despedirlo finalmente. Enseguida te acordás de la frase de Lorrie Moore que tanto te gustó, porque es un poco cruel y en estos momentos tenés ganas de ser cruel, muy cruel: "Algún día, como todo el mundo, este hombre al que realmente amas, va a morirse. No importa lo mucho que lo ames, no puedes salvarlo. No importa lo mucho que lo ames: nada, nadie, dura”. 

Volvés a tu imagen en el espejo. Tus ojos están bastante más secos. Te das vuelta y vas hacia el WC cómplice a quien no mirás mucho porque te da vergüenza pensar que te haya visto llorar de esa manera tan pasional. Tomás un pedazo de papel higiénico, te limpiás la nariz y lo desechás en el tarrito de basura que tenés en el baño. Abrís la puerta. Aún con pocas fuerzas das un paso hacia el abismo, porque sabés que nunca, pero nunca, será un buen día para volver a empezar.