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martes, 11 de octubre de 2016

DESPERTAS Y YA SABES, NO ES UN DIA MAS

Estás junto al fuego, disfrutando el calor de tu hoguera. Le echás un leño para reavivarla. Soplás. Vuelan cenizas. Intentás que no se dispersen. Te asombra ver cómo parecen pequeñas estrellitas flotando en el aire. El sonido de fondo te molesta. Intentás tocarlas y se desvanecen. El ruido se vuelve un poco más intenso y molesto. Tenés que apartar la vista de tu lindo espectáculo. Te das cuenta que lo que suena es la alarma de tu celular y abrís los ojos para apagarla. Ya es hora de despertarte aunque para vos sea de madrugada. Porque no lo es. La gente ya está en movimiento desde hace rato. Pero tu cuerpo no lo entiende y tu cerebro no logra procesarlo con buen humor.
Mirás dormir plácidamente a tu esposo. Sabés que es el único momento del día que no lo amás con la intensidad que lo hacés el resto de la jornada. Sentís envidia porque se queda un rato más en la cama. Y sabés que la envidia nunca puede ser amor. Entonces te sentís mal por esto.
Ponés los pies sobre el piso, que por suerte no está frío porque tenés alfombra, para luego calzarte las pantuflas e ir arrastrándote hasta el baño. Mirás el reflejo de tu imagen en el espejo. En una hora será totalmente diferente pero, por ahora, es deplorable. Mojás un poco tu rostro para despejarte. El agua está helada y te preguntás por qué no sos capáz de esperar a que caliente un poco. Recordás la necesidad de algunas partes del mundo de algo tan esencial para vos como abrir una canilla y por eso es que no la desperdiciás.
Vas a despertar a tu hijo adolescente para que se vaya aprontando. Intentás entrar al cuarto sin tropezarte con nada. Antes de enojarte por el desorden, volvés a poner en funcionamiento tus neuronas (con mucho esfuerzo) y recordás que vos eras igual a su edad.
Seguís arrastrando los pies y, con la poca energía de tu cuerpo aún dormido, vas a la cocina a preparar el desayuno. Preparás el de todos: el de tu hijo adolescente, tu hijo menor que también duerme, tu esposo y el tuyo. Lo hacés de forma automática, aunque lenta.
Le dejás su taza de leche caliente y un sandwich sobre la mesa mientras vas a acomodarte un poco. El pelo lavado de la noche anterior parece la melena despeinada de un león. Te va a llevar más tiempo del habitual sacarle el frizz y dejarlo un poco lacio. Empezás a usar tu infaltable planchita cuando tu hijo te avisa que ya está pronto y que se va en su bicicleta. Volvés a la puerta de entrada a despedirlo, desearle un buen día y decirle que lo amás. No podés dejar que salga de casa sin estas palabras. Es casi un ritual.
Volvés a tus quehaceres. Terminás con el planchado de tu pelo y te vestís con el mismo traje negro de todos los días y una polera de lana. No te molesta. Más te molestaría pensar qué ponerte cada día.
Te maquillás discretamente pero lo mejor posible para disimular las ojeras (que gracias a los consejos de tu amiga aprendiste a ocultar) y destacar los puntos fuertes, como tus ojos y labios. Aunque tus ojos ya están perdiendo poder. Alrededor se están notando más tus arrugas que el tamaño de estos. El paso del tiempo comenzó a aparecer y a pasos agigantados.
Te perfumás con tu perfume favorito. Estás lista. Le das un beso a tu esposo que entre las sábanas murmura un te amo y respondés que vos también. Pasás por el dormitorio de tu hijo menor, lo acariciás y besás su cabeza. También le decís que lo amás, aunque lo decís bajito para no despertarlo.
Salís de tu casa y te subís a tu auto. El tiempo está horrible. No llueve, pero hay mucha humedad y las calles están mojadas del día anterior.
Es temprano, no tenés por qué apurarte por llegar al trabajo.
El tránsito está muy pesado. Te lo tomás con calma. Veinte minutos después de salir te das cuenta que vas hablando contigo misma. Decidís prender la radio. La música es mejor que tus pensamientos. O que alguien afuera piense que estás loca, lo cual no sería tan disparatado.
Buscás la radio que no está puesta, porque todavía tenés uno de esos autos que no tiene la radio incorporada. La guardaste en la gaveta la noche anterior. La sacás y abrís su caja. Te distraés un instante. Sentís un golpe fuerte. Tu cuerpo se mueve hacia delante y enseguida hacia atrás. El auto de adelante parece estar demasiado cerca. El de atrás también. No entendés nada. Estás aturdida. Los sonidos se sienten lejanos. Sentís correr un líquido caliente por tu rostro recién maquillado. Hay mucho ruido pero no distinguís nada. No entendés nada. De a poco los sonidos se apagan. Se alejan. Sólo escuchás el latido de tu corazón. Cada vez más rápido, más fuerte. Hasta que en cierto momento, también eso dejás de sentir.

мαgǝcн