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sábado, 5 de octubre de 2013

NUNCA ES UN BUEN DIA

Imagen: Joan Llimona

Otra vez estás sentada en ese suelo frío de cerámicas color caoba de tu baño, llorando como una Magdalena, aunque nunca supiste cómo llora la Magdalena, pero debe ser que llora mucho, por eso es que ahora te comparás con ella y pensás que más tarde quizás vayas a Google y te fijes por qué se dice eso cuando alguien llora tanto, pero no ahora. Ahora no podés fijarte en nada, porque tus ojos no te permiten ver ni siquiera la pared que tenés enfrente.

Apagás la luz del baño para sentirte más íntima, porque aunque no haya nadie no querés ni que el WC te vea llorar de esa manera, y te acostás boca abajo, dejando que tu pecho sienta el frío de las cerámicas, a ver si así se te enfría el corazón. Aprovechás que estás ahí sola y ya nadie te ve para gritar un poco, tampoco tanto, porque te pueden escuchar y lo que menos querés en este momento es que alguien te escuche. Querés que sólo la tierra te escuche y se lleve esta angustia que te nace en el medio del pecho y la transmute, quizás por un poco de alegría, que hace tanto no sentís.

No entendés esta forma de amar por más que te lo haya explicado una, diez o mil veces. Nunca la vas a entender. Dice que no quiere vivir más en la mentira. Que así ha vivido durante toda su vida. Que es hora de empezar a vivir en la verdad. Por un rato te creés que es cierto, que está bueno que haya decidido vivir su vida así. Hasta por el amor que le tenés le das una especie de bendición. Pero no es cierto. No le das nada una bendición. ¿Cómo vas a dejar que toque a otra, bese a otra, acaricie a otra? Dice que está cansado y necesita un tiempo de reposo ¿El se cansó? ¿Ahora que sos suya como tantas veces soñó que lo fueras, de verdad se cansó? No es admisible. No tolerás que esté cansado. Porque si de verdad te ama, no debe estar en ningún otro lugar que no sea a tu lado. Si es cierto todo el amor que dice tenerte, no puede seguir en este juego absurdo, esperando que algún día lo perdones. Y vos sabés que no lo vas a perdonar. Ya se lo advertiste. No ahora, antes. Ya le dijiste que tenías un límite de tolerancia a las cosas. Así que no venga ahora a pedirte que esperes un poco más. No hay derecho. 

Nadie dijo que esto iba a ser fácil. Hasta Romeo y Julieta terminaron mal, pero juntos. El no debería dejarte ir. No debería hacerte sufrir de esta manera tan cruel. Porque te conoce, y mucho. Sabe cómo te sentís en este momento y vos no podés entender de ninguna forma que esté siendo tan cruel. Seguís llorando sola en el baño. A veces sollozás, hasta que el recuerdo de aquella noche que te preparó la cena especialmente para vos, te vuelve a desarmar. O cuando pensás en sus manos, en sus caricias, en su mirada. Cuando pensás que va a penetrar otro cuerpo que no es el tuyo, que va a tocar los muslos de otra mujer que no sos vos, que va a besar otros labios, que seguro no serán tan suaves como pétalos de rosa, porque esos son solo tuyos, mi amor, pero sí besará pétalos de claveles en todo caso. La mirará a los ojos o, lo peor de todo, se reirá con ella. Otra vez ese llanto doloroso que te atraviesa el pecho. No querés que se ría con más nadie. Las risas son tuyas. Vos lo hacés reír y él a vos. Vos le alegrás la vida y él la tuya. Mierda. Te estás convirtiendo en una de esas mujeres de manual de autoayuda, de las que aman demasiado. No querés ser esa mujer. No sos esa mujer. Nunca mujer de manual. 
Así que te levantás un poco dolorida después de haber estado tirada tanto rato en ese piso frío, prendés la luz y das unos pasos hacia el lavabo. Te mirás en el espejo. Siempre te gusta mirarte al espejo cuando tenés los ojos llenos de lágrimas. Están tristes, pero tienen un brillo especial. Hasta parecen más claros. Es eso, por eso te gusta. Porque toman una tonalidad verdosa que no sabés si es que se están pudriendo con tanto llanto o es que cambian de color realmente. Abrís la canilla y dejás que corra un poco de agua, te lavás la cara y te secás. Nunca dejás de mirarte. Respirás hondo y decidís que tenés que seguir adelante, sea como sea, aunque no tengas ganas de nada hoy.
Date el permiso de no hacer nada hoy. Ni mañana. Pero no mucho más porque no sos de las que se abandonan tiradas en una cama por un amor que no pudo ser. Sí, sos de esas, pero no podés hacerlo porque hay todo un mundo que sigue girando, esté él en tu vida o no. Estés vos en esta vida o no. Pero más vale estar, porque no le vas a dar el gusto de sentir culpa. No le vas a dar ese gusto de que se victimice. 

No pienses más en lo que no vas a tener. No pienses que perdiste el mejor sexo de la historia ni a la persona que más te ha entendido en tu maldita vida. Pensá en lo que ganás. Y pensá realmente si no sos vos la que vas a vivir en la verdad, en vez de él. Te libera de andar a escondidas. Te libera de esas tardes que te sentías una pobre desdichada a pesar de que había sido idea tuya la de ir al departamento que arrendó especialmente para vos y llegar en su Van tirada en el piso de atrás, tapada con una sábana de pies a cabeza, por si él se nos cruza, mi amor, basura urbana, mortajada como si estuvieras muerta. Muerta. Quizás fue un presagio, porque así es como te sentís ahora. Pero entonces te libera de amarlo, porque en el momento en que lo imagines en brazos de la otra, lo vas a detestar. Hacelo, detestalo por un tiempo. No va a ser para siempre, pero desde ese lugar vas a poder tomar fuerzas para despedirlo finalmente. Enseguida te acordás de la frase de Lorrie Moore que tanto te gustó, porque es un poco cruel y en estos momentos tenés ganas de ser cruel, muy cruel: "Algún día, como todo el mundo, este hombre al que realmente amas, va a morirse. No importa lo mucho que lo ames, no puedes salvarlo. No importa lo mucho que lo ames: nada, nadie, dura”. 

Volvés a tu imagen en el espejo. Tus ojos están bastante más secos. Te das vuelta y vas hacia el WC cómplice a quien no mirás mucho porque te da vergüenza pensar que te haya visto llorar de esa manera tan pasional. Tomás un pedazo de papel higiénico, te limpiás la nariz y lo desechás en el tarrito de basura que tenés en el baño. Abrís la puerta. Aún con pocas fuerzas das un paso hacia el abismo, porque sabés que nunca, pero nunca, será un buen día para volver a empezar.