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martes, 3 de abril de 2012

VERLOS CRECER


Hace años que me convertí en madre y es por eso que hace años que disfruto de mis hijos de diferente forma.
Cuando eran bebés, me deleitaba dándoles mordisquitos a los talones de sus diminutos pies, haciéndolos estallar en carcajadas, conviertiéndose esas risas en mi mayor deleite.
Ya más grandes, cuando comenzaron a dar sus primeros pasos, disfrutaba de verlos tambalearse, temerosos de sostenerse por sí mismos, o quizás temerosos de abandonar la dependencia total y absoluta de mamá o papá. Pero una vez que se cargaron de confianza, ya no había quien parara esos pasos que los llevarían a descubrir las maravillas del mundo. Amaba verlos huir rápidamente cuando tocaban algo que no debían (y sabían). Ver alejarse a esas colitas regordetas con pañales me daba mucha gracia y ternura.
Más tarde las palabras sueltas comenzaron a transformarse en oraciones, en largas charlas a veces sin sentido pero muchas otras veces se trataba de razonamientos complejos y elaborados. Me fascinaba escuchar cómo habían llegado a tal o cual conclusión -acertada o no, eso no era lo importante- y cómo descubrían la importancia de decir la palabra correcta en el momento adecuado.
Luego fue la lectura y escritura. Comenzar a descifrar todas esas letras que hasta ahora no eran más que dibujos extraños y empezar a materializar cosas que hasta ahora ni siquiera existían. Muchas veces sólo al decir algo esto se vuelve real y encontrar palabras nuevas hizo y hace que el mundo se vuelva cada vez más y más grande.
Las peleas por su lugar en su aún pequeña sociedad. Comenzar a descubrir las habilidades, los puntos fuertes, y aferrarse a ellos para no sentirse una isla desierta. Afirmar la autestima, buscar la palabra de mamá o papá que les diga lo fabulosos que son, buscar amor en cualquiera de sus formas, generar el abrazo o rechazarlo pero siempre necesitarlo.
Así son los niños. Frágiles, sensibles, divertidos, maravillosos, sorprendentes ... así son mis hijos.
Hoy soy madre de un niño de 7 y otro de 1o, y cada uno desde su edad y su lugar me llenan la vida. Sé que no son míos, aunque nacieron de mi. Sé que se me ha otorgado el derecho, la responsabilidad y la felicidad de criarlos, para que algún día ellos hagan lo propio también, con bases sólidas que les permitan ser mucho mejor seres humanos de lo que intento ser yo.
Sin embargo, no puedo sentirlos fuera de mi. Son mis generadores de amor, de dulzura, de risas, de sorpresas. Son mis grandes maestros en esta vida.
Mi peque me divierte con sus bailes, sus cantos y sus payasadas. Me conquista desde el alma, me llena de amor, de besos y mimos a cada instante. Su vocecita fina a veces me taladra los oídos, pero siempre contiene una ternura especial difícil de igualar.
Mi niño mayor me tiene encantada con sus charlas ya casi adultas, con su sarcasmo e ironía, con sus razonamientos inteligentes. Su intelecto me fascina y él lo sabe. A veces también me cuesta soportar su exigencia de perfección y esa superioridad que suele tener, la cual trato de bajarle de un hondazo cada vez que aflora. Así y todo, hoy siento que tengo a un gran niño, responsable de sí mismo, de su hermano muchas veces y, si bien suele demostrar frialdad y distancia, su sensibilidad y fragilidad son extremas. Y por suerte yo lo sé.
Me divierto entonando "estoy cantando mi garabato musical" o viendo ICarly y compartiendo risas y comentarios. Que me expliquen cosas que yo ya no entiendo y que me dejen entrar a su pequeño mundo.
Sé que dentro de no mucho las cosas cambiarán un poco, cuando llegue la adolescencia, pero también sé que lo que hoy se siembra en el futuro lo veré con creces.
Amo a mis hijos más que nada en este mundo. Como cualquier mamá o papá a los suyos.
Pero estos son míos. Y ninguna mamá los ama más.

lunes, 2 de abril de 2012

SIN DESTINO


No estoy dispuesta a dejarme morir

mucho menos a que me tortures,

me ataques o me dispares

con tu arma letal:

tu palabra.

No estoy dispuesta a vivir muriendo,

porque no permitiré

que ni tú ni yo ni nadie

me echen el aliento de la muerte,

mientras respiro.

No estoy dispuesta ni quiero ni permito

pasar de largo como si nada pasara.

Mi disposición es completa y absoluta

sólo para ir tras los pasos

de mi escueta felicidad.

Pero para eso

no necesito

más que hurgar en el fondo de mi alma.

Porque intentar ir tras uno mismo

es una cuestión de actitud.

Soy la hacedora y destructora de mi destino.

Llegó el momento de decir:

basta de destrucción.

Es tiempo de construcción.

De poner en fisioterapia a mis alas

y, sin prisa pero sin pausa,

re-aprender a despegar del suelo

y volar.