Translate

miércoles, 30 de junio de 2010

ENTRE JORDACHE Y EUCERIN


Hace mucho, pero mucho tiempo, había una publicidad de jeans que decía algo así como “Jordache es el jean tu jean ... Jordache es tu jean!” . Buscando en Youtube, descubrí una publicidad de 1979. En la misma se puede ver a una modelo con su pelo rubio enrulado, al mejor estilo Angeles de Charlie versión años 70 -muy sexy para entonces- llegando a una discoteca. Toca el hombro de un hombre que conversaba animadamente con sus amigos en la barra del pub. Este la mira y, acto seguido, la publicidad muestra una sesión fotográfica de esta chica, con su jean con costuras blancas mostrando la cola de la joven que resulta ser muy pero que muy chata (impensable en estos días). El comercial termina volviendo a la pista de baile donde se puede ver a la muchacha bailar y girar mientras cuatro hombres de pantalón de vestir y camisa la rodean. En eso, el logo de Jordache Jeans en blanco junto a la cabeza amarilla de un caballo (distintivo de la marca) aparece en la mitad de la pantalla. Fin. Patético ahora, precioso entonces, supongo.

Claro que aún más patético es que ese jingle hoy haya decidido instalarse en mi cabeza sin razón alguna. Y, obvio, una vez que digo “sin razón alguna” la razón se hace presente y me dice “¡iujuu! ¡Estoy acá!”. Es entonces cuando tengo que tomar conciencia de algo que en realidad NO QUIERO TOMAR CONCIENCIA.

Sí, ya sé por qué. Esto sucede porque en una semana cumplo años.
Lo cierto es que estoy feliz y agradecida de la vida. He tenido un año interiormente espléndido y exteriormente maravilloso. Si bien no ha sido un año de cumplir sueños, creo que he materializado muchas cosas y eso me gratifica enormemente. Mi salud ha estado bien. La de mi familia con algunos altibajos, pero finalmente ha resultado todo como Dios manda y puedo sentirme dichosa de ello. Económicamente no ha sido un año de florecimiento, más bien ha sido de hojas marchitas, pero no es algo que me preocupe en demasía ya que nunca nos faltó para comer ni para educar a los niños ni nada. En este aspecto ha sido con esfuerzo pero se ha logrado. Vivo más armoniosamente que antes y el amor me circunda, lo cual para alguien como yo es primordial en esta vida.
En fin, que no puedo pedir más, realmente.

Entonces me salta la frivolidad, porque por suerte del resto no tengo de qué quejarme. Pero soy mujer y quejosa por naturaleza. Mala combinación, pero soy así. Por eso es que entiendo por qué canto el jingle de Jordache. Algo tan sencillo, tan simple, tan fácil de expresar con pocas palabras... tan todo que de tan tan le doy mil vueltas y escribo centenares de letras antes de nombrarlo. “¡Coraje, mujer, lárgalo de una vez por todas!”, me digo internamente (y me trato de tú porque soy muy respetuosa). Es que no es falta de coraje, es miedo de asumirlo … pero bueno, ahí va … canto Jordache, una publicidad de hace tantos pero tantos años porque, porque, porque … ESTOY ENVEJECIENDO!!!!!!!

Ahí está, ya lo dije. Dos palabritas nomás y, sin embargo, sólo leerlas me hacen sentir hecha pelota. Pero sí, es la realidad. Y agradezco infinitamente a todos los que alimentan mi ego y me dicen “¡pero si estás bárbara!” o “ay, che, ¡si parecés mucho menor!” o “¿en serio vas a cumplir 38?, yo pensé que tenías 32 o 33”. Gracias, muchas gracias, de corazón. No saben lo bien que me hacen sentir. Aunque sea mentira, no importa, continúen diciéndolo. Mi ego se cree que todo es verdad.

Pero la realidad es que hay algo que no miente (lo más terrible): el espejo.

Todos los años, desde que mi mamá falleció, me compro un regalo en su nombre. Cada mes de julio, para sentirme más joven y bella, acudo a alguna tienda de moda (en ninguna de ellas venden Jordache, por cierto) y me gasto unos pesos en ropa de estación. Generalmente encuentro las primeras liquidaciones, así que salgo contenta y feliz con mi buzo o pantalón nuevo que estreno ese día y siento de alguna manera que mi mamá está conmigo. Sí, soy emotiva hasta para vestirme, qué le voy a hacer.

Pero este año algo cambió. Lo primero fue que hice las compras por anticipado. Y lo segundo, fue el tipo de compra que realice. Este junio y no julio, tomé conciencia (“¡Cáspita! Para qué lo habré hecho?” –sigo hablando conmigo misma en otro idioma que no entiendo) de que los años estaban pasando de verdad. Cuando llegué a casa y abrí mis bolsas de compras, me encontré con:

- Maquillaje para tapar las imperfecciones
- Rizador de pelo, para que el peinado llame más la atención que el resto
- Y, la frutillita de la torta, MI PRIMER TRATAMIENTO ANTIARRUGAS HYALURON-FILLER CONCENTRATE

Con el dolor en el alma me doy cuenta que es momento de empezar a usarlo. Las famosas “patas de gallo” comienzan a asentarse y, cuando estiro la piel de la cara (como cuando decimos con el gesto un “no sé” o damos un beso), me doy cuenta que la piel ya no es la misma.
Es por eso que finalmente entendí que Jordache es una marca de jeans que por allá por los años 70 fue aclamada y comenzaba a imponerse en el mercado mundial. Y yo, allá por los años 70, comenzaba apenas a imponerme en esta vida para llegar al 2010 y cumplir mis 38 con un mundo de gente a mi alrededor. Mi mundo, mi gente.

Para consolarme me gusta pensar que yo sólo tengo arrugas y Jordache, en mi mundo, dejó de existir hace ya tiempo. Que sea una buena marca en otros lados no hace mella en el asunto. Al menos, no en mis asuntos. Pero por las dudas y dadas dichas condiciones (que son reales y muestran a unas preciosas modelos que posan con ya nada de cola chata), es que hoy me siento con todo el derecho del mundo a proclamar, en voz alta y con la crema antiage como estandarte en mi mano:

“¡Muerte a Jordache! ¡Larga vida para mí!”

¡Ma sí, con arrugas o sin ellas!
He dicho.

miércoles, 23 de junio de 2010

EROTIK@

Me gusta saberte mía,
que seas mi gata en celo,
que ronronees y gimas y busques placer.
Que acomodes tu cuerpo, tu abdomen, tu espalda
para sentir, para sentirme.
Me encanta que las yemas de tus dedos
se deslicen por mi espalda
recorriéndome por completo,
descubriendo cada centímetro de mi piel.
Que me hagas vivir
lo que nadie jamás me hizo vivir.
Y que te guste.

Y me guste.
Y me mires.
Y te mire.
Y me sonrías, con tu sonrisa pícara,
para volver a empezar.
Que siempre vuelvas a empezar.
También me gusta perder el juicio
cuando tu boca enamorada
se disipa en mis más bajos instintos.
Y yo, entonces, sólo quiero atraparte,
para siempre,
entre mis piernas.
Me enloquece que tus besos
sepan a miel y a hiel.
Y conocer la diferencia.
Y disfrutar tanto de unos como de otros,
porque lo que disfruto es de vos, mi vida,
de toda vos, como sea que sea.
Y ni que hablar cuando escucho
el hilo de tu voz que susurra
te amo,
en mi oído,
y yo saberlo,
y responderte:
yo también,
y que vos lo sepas.
Para al final

terminar cansado,
pero siempre
deseando más de vos,
porque sí,
siempre te deseo.
Aunque mi cuerpo diga basta,
yo siempre te deseo.

Me gusta saberte mía
y quedarme dormido en tus brazos,
esperando,
paciente,
con los ojos cerrados
y el resto de los sentidos despiertos,
esperando, amor mío,
por un nuevo amanecer.

sábado, 19 de junio de 2010

MI BONNIE & CLYDE

- Documentos, por favor – dijo el policía, mientras yo, entre nerviosa y confundida, bajaba el vidrio del auto.
- ¿Algún problema, oficial? – respondí mientras hurgaba en mi bolso buscando lo que el hombre me pedía.
- Por el momento documentos, señorita.

Antonio ya había bajado del vehículo y conversaba con el otro sujeto que le solicitaba lo mismo. Por mi parte, intentaba mantener la calma y darle al hombre lo que me solicitaba sin que sospechara de mi nerviosismo. También hacía un esfuerzo sobrehumano para escuchar lo que Antonio respondía, para estar en concordancia con su discurso. Aunque nos conocíamos tan bien que aunque no lo escuchara de seguro íbamos a estar de acuerdo.
El hombre se retiró un poco y comenzó a anotar en lo que parecía ser una libreta los datos que iba corroborando con la documentación. Antonio parecía estar desempeñándose muy bien con el otro policía. De todas formas creo que hablaba más de la cuenta, intentando persuadir aquello que la ley tuviera que decir.

- ¿Pasa algo, oficial? – volví a preguntar, esperando que todo estuviera bien.
- Enseguida le explico, señorita … Laura – dijo, mientras miraba el documento para asegurarse de mi nombre y seguía escribiendo en su libretita vaya uno a saber qué.

El otro policía se dirigió a Antonio y le pidió que abriera la valija del coche. En ese preciso instante, mi corazón dio un vuelco. Sabía que si descubrían lo que teníamos oculto allí terminaríamos pronto en un calabozo. Como mínimo.
Traté de mantener la compostura, pero por primera vez en mucho tiempo los nervios me traicionaron y mis manos comenzaron a temblar. Como aún permanecía dentro del auto, las escondí para que el hombre no notara lo que estaba sucediendo. En un momento me vinieron a la cabeza mil imágenes: los planes con Antonio, las reuniones durante tantas tardes, el tan ansiado viaje a Francia, el hermoso departamento que nos había amparado todo este tiempo, los recuerdos que allí quedaron, los momentos vividos con amor y pasión y, como si fuera poco, nuestra boda. ¡Y qué boda! Recordé a nuestros amigos, los pocos que conocían nuestras locuritas y nos aceptaban incondicionalmente, todos juntos en nuestro pequeño hogar decorado con sueños y deseos de felicidad. Nuestro pastel de solo un piso hecho con tanto amor por Andrea, el ramo de violetas que me armó Susana y el velo que me prestó Karina. Recordé a Roberto, cuando le cedió el saco de su traje a Antonio y a Lorenzo, cuando se quitó la corbata para ponérsela a su amigo. Y Sebastián, siempre tan cómico, con su atuendo de sacerdote rentado especialmente para la ocasión, oficiando esa ceremonia no oficial a las 2 de la tarde en aquella diminuta habitación de la calle Fray Bentos. Todo había sido perfecto, como siempre nos solía suceder. Todo hasta este momento, en que Antonio me miró por el espejo retrovisor y me hizo una guiñada, intentando darme la seguridad de siempre, sólo que esta vez no lo lograba.

Cerré mis ojos y respiré hondo. Prefería morir que estar en una celda, lejos de él. Y cuando estaba a punto de romper en llanto, el oficial extendió su mano devolviéndome mis documentos y pidiéndome disculpas, como si quisiera borrar el momento que acababa de suceder. Atónita, vi cómo Antonio se despedía de ambos policías con una sonrisa y un apretón de manos.

Volvió al auto y comenzó a conducir. Yo no salía de mi asombro, tanto así que me había quedado sin palabras. Sólo lo miraba, asombrada. Entonces, me miró, con sus ojitos pícaros de siempre y me dijo con una sonrisa:

- Tontita, ¿realmente creías que nos iban a detener?
- Pero, pero … ¿y cómo? ¿qué pasó?¡No entiendo qué sucedió!

Antonio se echó para atrás y largó una carcajada. Paró el auto al costado del camino y mirándome con el mismo amor que solía hacerlo siempre, respondió:

- Sólo encontraron unas cajas viejas y vacías y el uniforme de mis tiempos en la Fuerza Aérea, que duerme allí hace ya años. Roberto se encargó de todos los detalles. El equipaje ya debe haber llegado a destino. No podía arriesgar ni un segundo el hecho de estar contigo para siempre.

Sabía que era un hombre de recursos, pero no dejaba de sorprenderme. Me abalancé sobre él y lo besé con toda la pasión que sólo él sabía sacar de mi. En pocas horas estaríamos en Francia. En pocas horas la noticia del robo al banco no sería más que eso, una noticia. Sin dudas éramos chicos con suerte. Así nos sentimos hasta el último momento, hasta que llegamos al aeropuerto, donde sonaba una canción de Celia Cruz y nos atrevimos a sentirnos en Cuba por unos instantes y bailar aunque tan solo fueran unos segundos, sin importar quién nos estuviera viendo. Y, como por arte de magia, pero negra, fue en ese instante cuando sentí cómo el calor atravesaba mi cuerpo, cómo Antonio caía sobre mí, cómo mis manos se teñían de rojo, cómo de a poco lo sentía morir. Al levantar mi vista, decenas de policías nos rodeaban, todos armados. No recuerdo más. Sólo sé que desde entonces, vivo en esta celda, sin vista al mar, ni a la torre Eiffel, ni al verde de ningún parque. Y lo peor de todo, sin Antonio. Tengo la mitad de mi cuerpo paralizada por la bala que atravesó mi columna. Y una cuerda sobre mi regazo que he podido conseguir cambiando algunos cuantos cigarrillos con una reclusa. Porque lo cierto es que nadie, pero nadie, me va a quitar la posibilidad de estar con Antonio durante toda la eternidad. París, Francia, cielo o infierno ... esperame, amor mío. Allá voy.

martes, 15 de junio de 2010

LA MISMA PERRA PERO CON DISTINTO COLLAR

Hace pocos días lo vi. Vestía igual que siempre. Se veía igual que siempre. Sin embargo, algo no estaba igual que siempre.

Lo observé detenidamente. Su cabello tenía más canas que cuando lo conocí hace ya unos cuantos años, sin embargo, se veían bien. En su rostro empezaron a surcar unas cuantas arrugas, pero eso tampoco lo hacía lucir menos interesante. Sus ojos tenían el mismo brillo de siempre, con esa mirada que parece disfrutar siempre de lo que ve. Su boca seguía dibujando una sonrisa que estremecía a cualquiera. Sus manos, al apoyarse en las mías, se sintieron tan firmes como la primera vez que me tocó. Sus palabras seguían siendo encantadoras y hasta las serpientes podrían llegar a hipnotizarse con el tono de su voz.
Todo estaba igual. Al menos, todo parecía estar igual.
Comencé a preguntar para ver cómo iba su vida. Si seguía estando con la morocha aquella que una vez le conocí. Me dijo que sí, que todo había cambiado desde entonces, pero que seguía a su lado. Le pregunté por su hijo, que a esta altura ya debe tener como 18 años, qué grande que está, como pasa el tiempo. Sí, está grande, ya empezó la facultad, es todo un hombre, y tiene novia, ¿sabés? Le pregunté por su madre, que por aquel entonces vivía con él. Temía la respuesta, pero la viejita seguía vivita y coleando. Un encanto de mujer, por cierto, lo de viejita fue con todo cariño. El trabajo, ah, eso sí había cambiado. Ahora era todo un hombre de negocios. Del pequeño bar que tenía en la calle Córdoba pasó a tener tres restaurantes de renombre distribuidos por los puntos más importantes de la ciudad. Bueno, quizás eso era lo que lo hacía distinto. Pero no, no me convencía que los negocios hayan hecho de él una persona tan diferente, casi irreconocible.
Seguí mirándolo y preguntando y, sin embargo, no encontraba respuestas a mis dudas.

Decidí ahondar más en la conversación y averiguar cómo estaba su alma. Nada nuevo. Que te quiero, que no te olvido, que la vida sin vos no tiene sentido, que estos años han sido una tortura, que he perdido la alegría de vivir, que aprendí a levantarme cada día sin esperanzas pero encontrarte de nuevo y tan solo verte me hace sentir que el tiempo no ha pasado, que sos la mujer de mi vida, el aire que me oxigena … bla, bla, bla.
Como siempre, volví a conmoverme y a mirarlo con dulzura, creo. Porque poco tiempo pasó, creo, entre que me acarició el rostro e intentó besarme. Y yo, como una tonta, creo, como una tonta dije que no y lo separé de mi. Me miró y me dijo que estaba bien, que no tenía ningún derecho, que me iba a respetar, que no era cuestión de echar de un plumerazo todo lo que habíamos logrado, que con todo lo que nos costó separarnos, que cómo iba a hacer una cosa así, que lo perdonara, que era feliz sólo con poder estar a mi lado de nuevo, de la forma que fuera, como yo quisiera.
Lo miré a los ojos y en ese preciso instante me di cuenta. Me sonreí. Y luego me reí. El me miraba sin entender nada, pero así lo dejé, sin que entendiera nada. Besé su mejilla, le dije que lo quería mucho y que siempre iba a vivir en mi corazón. Y me fui, dejándolo allí parado, solo, con miles de preguntas sin responder. Me fui caminando sin prisa pero sin pausa, pisando firme y cantando bajito “cada vez que pienso en vos, fue amor, fue amor”. Y sí, por fin lo entendí. Fue.

domingo, 13 de junio de 2010

LAMENTOS


No llores corazón mío,
que tus latidos llevan las lágrimas
a la fuente que alimenta mis sueños.

No llores,
que se me nubla el día,
que las noches quedan sin luz
y me dan miedo.

No llores,
que mis mañanas se tornan tristes
y mi andar se hace más lento.

Si lloras
dejas que mi mente
atraviese los espacios efímeros del tiempo.

Si lloras
permites que mi presente
se confunda con el futuro incierto
o, aún peor, con el pasado concreto.

No dejes que me gane la nostalgia
ni que la imaginación me encierre en su templo.

Corazón mío,
mejor es que me brindes
la quietud que necesito en estos momentos.

Calma mis ansiedades,
líbrame de este fuego que incendia mi centro.
Regálame la paz que merezco hace tiempo.

Deja que tu golpeteo sea fuerte,
que la luz te invada,
que la sonrisa te habite,
como tantas veces lo ha hecho.

Corazón mío,
mi alma te pide esta vez de rodillas,
más que nunca,
que dejes de inundarla
en tu río de penas, dolores y duelos.

Corazón mío,
escucha mis plegarias,
que si no logro que tu me escuches,
¿cómo confiar en que otros puedan hacerlo?

miércoles, 9 de junio de 2010

SABER ESPERAR

Hace días que vengo huyéndole a mi sentir. Porque yo me conozco y, cuando hay cierta información en algún rinconcito de mi alma que sé que me producirá dolor, angustia o preocupación, trato de eludirla y hacer como si nada pasara. Pero también sé que eso dura un suspiro (o varios en pocos días), porque es como si tuviera a alguien golpeando una puerta sin parar. Al final, por cansancio, porque no tolero más escuchar el golpeteo, abro y dejo entrar.

Bueno, algo así funciona el asunto dentro mío. El dolor, la angustia o la preocupación están ahí, yo los siento, pero los ignoro. Sin embargo, al principio los lapsos de tiempo en que se hacen notar son más extensos entonces no me molesta tanto. Pero a medida que pasan los días, es como si los golpes se hicieran más fuertes, más intensos, en todo sentido, hasta que llega un momento que entiendo que tengo que tomarme el tiempo para escucharme, aunque no me guste lo que vaya a oír.

Algunas veces lo que me motiva a escucharme son situaciones externas, como lo fue esta vez.
Hace ya un tiempo que estoy preocupada por mi, por mi futuro personal, por mis sueños, por mi camino en esta vida. Y hace un tiempo bastante más largo que he decidido buscar. Primero empecé por afuera. Error. La búsqueda debía ser por dentro. No tardé mucho en darme cuenta de esto. Entendí que si no me “arreglaba” por dentro, poco podía hacer hacia afuera, hacia los demás. Me llevó un buen período encontrar los caminos adecuados. La oferta es mucha y todos tratan de “vender” sus principios, su religión, su espiritualidad, como “esto es lo mejor”. Hay muchos que aprovechan toda esta movida de la “Era de Acuario”, por ejemplo, para hacer dinero. No digo que no sean seres espirituales también. Creo que sí, que lo son, pero sin dudas que si pueden “currar”, también lo harán. Entonces, encontrar a las personas apropiadas, que sean guías verdaderas en este camino, no es tarea fácil. Con el tiempo, uno aprende a descubrirlos. Pero insisto, lleva su tiempo.

En principio hice cursos varios: armonización de chakras, Magnified Healing, dos niveles de Reiki, Hoponopono, masajes terapéuticos. Más cerca en el tiempo, Numerología Tántrica y últimamente me dediqué a los Registros Akáshicos. Todos estos me brindaban (y me brindan) la posibilidad de ayudar a otros y, si bien con algunos me puedo ayudar a mí misma, aún me faltaba encontrarme conmigo, en mi interior. Hice entonces, ya hace un tiempo, un curso de Kabbalah y más tarde aprendí Tarot, no como método adivinatorio, sino como método de autoconocimiento. También practiqué yoga durante mucho tiempo y, no fue hasta encontrarme con Kundalini Yoga que empecé a encontrar mi lugar. Allí sentí que algo dentro de mi hacía “click”. Practicar Kundalini Yoga y aprender a meditar me ayudó muchísimo a ir encontrándome conmigo, a solucionar cosas que parecían no tener solución. A dejar de decir “soy así y chau”. Darme cuenta que uno es como es pero puede cambiar. Y cuando se producen cambios dentro nuestro, nuestro entorno también cambia. En fin, fue el camino para mi encuentro. También la escritura ha sido un gran descubrimiento personal. Hace poco me dijeron que era “el encuentro con mi alma” y sí, creo que así lo es.

Más tarde, pasé a reunirme con mujeres con las cuales tenemos el mismo fin: el crecimiento personal a través de la filosofía y otras artes y la búsqueda constante e incesante de nuestra esencia. Ese fue el otro “click” de mi vida (hasta ahora, claro). Empecé a descubrir aún más de mi ser. A entender que el ego es el que nos domina tantas veces. A descubrirlo cuando se exalta, cuando aparece. Y, una vez que lo reconozco, puedo dominarlo. O al menos intentarlo.

Es así que creo que tanto el tiempo como los seres que me rodean hoy en día hacen que mi crecimiento sea constante y que el descubrimiento de mi ser se haya vuelto tan transparente para mi en el último tiempo. Empecé a intimar conmigo misma.

Entonces, motivada por el autodescubrimiento, es que surge en mi la necesidad de algo nuevo (y aquí está lo que golpea la puerta). Llega un momento que, si bien la búsqueda interior no cesa y seguiré descubriéndome hasta el último día de mi vida, el descubrimiento traspasa ciertos límites y surgen nuevas necesidades, la de compartir. Compartir ese amor que va surgiendo en mi ser con y para otros. No con los seres que me rodean, que ya saben que los amo (y si no lo saben, entérense: ¡los amo!). Sino de brindar ese amor hacia otro tipo de situaciones y personas. A seres que hoy no conozco, pero que sé que necesitan sentirse amados y cuidados. Y mi angustia surge por el mismo problema de siempre: falta de tiempo. No tengo tiempo para dedicarme como quisiera a nada de eso. Trabajo todo el día y tengo dos niños aún pequeños. A eso le sumo mis actividades y reuniones, que si bien sólo son dos veces por semana, me llevan su tiempo y necesito de ellas para continuar en este camino. Dos días que mi marido tiene sus actividades sumado a la atención que debo darle a mis pequeños … en fin, que me quedo sin tiempo para dedicarme a nada de lo que realmente quisiera hacer.

Entonces, me empieza a preocupar. Porque yo sé que mi alma siente esa necesidad y, sin embargo, no la puedo cubrir. Y al sentir que no puedo cubrirla, me siento un poco vacía interiormente, siento que no estoy cumpliendo con lo que debo hacer.

Pero el destino se encarga de ponerme en el camino las respuestas. Lo primero fue escucharme, ver qué sucedía ahí dentro y, unos días después, tomar conciencia de que ahora no podía, que el momento llegaría después. Para convencerme aún más, llegó a mi vida la historia de unos seres con mucha luz que tuve la suerte de conocer hace poquito. Su misión de vida trajo a flote una historia de amor incondicional hacia la humanidad pero que conllevó cierto descuido hacia su propia familia.

Fue así que entendí que debo esperar, ser paciente (sigo trabajando en esto, que tanto me cuesta) y dar lo que puedo dar ahora, desde donde estoy. Mis niños me necesitan y allí está mi energía puesta ahora. Por supuesto que las herramientas que he ido recolectando en el camino me “ayudan a ayudar”, pero el resto deberá esperar. Me duele también posponer, porque siento que lo que pospongo es amor, pero no me queda más que esperar. Elegí formar una familia, tener hijos, criarlos y educarlos. Eso ya es toda una tarea. Y allí es donde debo estar. Allí es donde estoy ahora. Y porque me comprometo a hacer las cosas con todo mi corazón, es que estoy segura que cuando pueda brindarme como deseo, mi alma me regalará risas y sonrisas, de esas que provocarán que mis ojos se nublen y las lágrimas que caerán serán la mejor forma de expresar felicidad. Estoy segura que lo voy a lograr, sólo debo saber esperar.

martes, 8 de junio de 2010

AFRODITA


Dime la verdad, deja de mentir,
quítame las ganas de querer morir.
Lléname de gracia, hazme sonreír,
guarda mis rencores, déjame sentir.

No me mates la ilusión,
no me robes la pasión,
no me dejes en lamentos,
mejor déjame sin aliento.

Alimenta mis tristes sueños,
pero no juegues a ser mi dueño.
Intenta quitarme la razón,
provoca arritmias a mi corazón.
...

Mientras tanto seguiré al instinto,
enredada en mi laberinto,
de pasiones encontradas
y esperanzas desoladas.

Esperaré hasta que llegue el día
en que puedas decir “eres mía”.
Entonces, tengo la sospecha,
que me sentiré satisfecha.

Pero no por poder tenerte,
sino porque me sentiré fuerte,
para decirte frente a frente
que aprendí a vivir sin ti, finalmente.