
Como todo lo mío, si algo no es perfecto entonces, no es.
Si lo que escribo no alcanza mis estándares de exigencia, queda archivado en algún espacio del disco duro, entreverado en un cajón con facturas ya pagas o escondido sin salir jamás a la luz en las entradas no publicadas de mi blog.
Si no alcanza mis estándares pero se aproxima bastante, entonces puede llegar a ser público y las letras pueden ser leídas en mi ciber-rincón.
Y, si por alguna loca razón, las palabras se conjugan de forma audaz con otras logrando sorprenderme, es probable entonces que puedan llegar a participar de algún concurso. Pero no siempre. Si el concurso no se vislumbra en el horizonte es casi un hecho que en una semana, como mucho, cambie de parecer y el texto ya no me parezca tan bueno como para participar de nada.
Con la escuela filosófica a la cual asisto, me sucede lo mismo. Si realizo algún trabajo, éste deberá ser aprobado casi como sale del horno. De lo contrario, nadie llegará nunca a enterarse siquiera de su existencia.
Con la pintura, exactamente igual. La exigencia de colores, detalles y contornos es tanta que muy rara vez termino disfrutando del logro obtenido. No miro con lupa, pero casi.
Y así, en todos los órdenes de mi vida y con todos los cursos que he ido realizando. Masajes terapéuticos, reiki, maginified healing, Tarot, etc. Todo lo sé y nada sé, o al menos, así lo creo.
Pero, bien dicen que más vale tarde que nunca, he descubierto al culpable de toda esta situación. Se escondía detrás de mi alma y la machacaba sin parar. Entonces, me paré a observar. Suena bastante tormentoso el hecho de que algo o alguien esté continuamente dándole duro a mi más libre expresión, sin embargo, cuando eso convive con uno desde su más temprana infancia, se vuelve parte del ser. O eso parece. Por este motivo, es que cuesta tanto identificarlo.
Gracias a mi amiga-artista Cala, que la mimoseé con mi corazón y mis brazos por sus logros, sumado al silencio que hice en mi interior, terminé por descubrir al arquetipo que me ha complicado tanto la existencia: el Juez.
Si tuviera que describir a mi Juez, diría que es alguien que mira con recelo, se regodea con mis angustias, se frota una mano con la otra en posición semi encorvada y sonríe malévolamente cada vez que logra su cometido, que no es otro que sabotear todo aquello que nace desde mi centro y me hace sentir tan bien.
Mi Juez no deja que me divierta ni permite que disfrute en lo más mínimo de mi creatividad. Transforma cada acción en una exigencia.
Hasta ahora, se la ha dado de ganador, pues siempre termino frustrada y abandonando todo aquello que tantas horas me llevó.
Pero esta vez, lo descubrí. Logré sorprenderlo antes que la desazón me volviera a visitar. Esta vez, le hice frente y lo agarré tan desprevenido que no supo cómo reaccionar.
Allí está, aún lo veo y siento su presencia, pero estoy segura que una vez descubierto pierde poder.
Hoy comencé con el acondicionamiento de mi rincón MAGico. Aún le faltan algunas cosas, pero ya el proceso comenzó. Ese es el lugar que tantas noches me ha acobijado en mis desvelos de escritura. Es el rincón donde el calor de la chimenea en invierno me cobija y donde el aire fresco del verano puede sentirse entrar por el ventanal. Es donde cuelgan mis cuadros favoritos que alguna vez pinté. Es donde la copa de vino me hace compañía en las noches ni en que los grillos cantan pero en las que la luna se levanta.
El rincón MAGico está tomando forma. Se parece a mí. Poco a poco se llenará de energía y tanto las letras de mis cuentos como los colores de mi paleta comenzarán a surgir.
Y si por esas cosas de la vida a este Juez se le ocurre la espeluznante idea de volver a atacar, he prometido no cometer el mismo error que él. No juzgaré su comportamiento ni lo señalaré con el dedo acusador con el que suele señalarme.
Simplemente lo miraré con ternura y, con todo el amor del mundo, le contaré un pequeño cuento para tranquilizarlo o tomaré uno de mis pinceles e intentaré pintarle su nariz.