Soy romántica. De eso no caben dudas. Y lo aclaro porque lo que voy a escribir a continuación puede suponer lo contrario, pero para mi nada tiene que ver con el romanticismo.
Ser romántico tiene que ver con ser sentimental, según la RAE con tener sentimientos tiernos y amorosos. Así siento que soy cuando digo que soy romántica.
Ultimamente las supuestas canciones de amor me rechinan. Porque parece ser que el amor siempre debe pasar por el otro. Y no específicamente por amar al otro, sino por la necesidad del otro: las canciones hablan de que uno se va a morir si el otro no está, de que la felicidad no existe si no está a su lado, que la vida no tiene sentido, etc, etc.
También yo he pecado (por ponerle un nombre). He escrito poemas o cuentos -algunos de los cuales se pueden leer en este blog- que hablan de esa forma de amor. Aunque muchos, muchísimos de mis escritos, terminan con la seguridad personal más que con la dependencia de ese amor. Quizás han sido parte de la evolución para llegar a donde me encuentro hoy.
Hoy puedo asegurar que soy una enamorada de la vida en sí misma, en todas sus formas. Pero no soy dependiente de ningún tipo de amor. Ni siquiera del que recibo de mis hijos, que son lo más maravilloso que me ha sucedido en esta vida. Amo vivir, amo a mi familia, a mis amigos, a lo que la vida me dio y a lo que la vida se llevó. Cada cosa está en su lugar. Cada cosa está en donde debe estar. Y cada cosa estuvo en el preciso lugar que tuvo que estar.
No fue fácil para mi entender esto. Me llevó años comprenderlo y, más que comprenderlo desde la razón, hacerlo carne. Sin embargo, hoy me siento feliz de estar donde estoy, sintiendo con plenitud y sabiendo que nada, absolutamente nada, es permanente.
Pero volviendo a las canciones de amor, entiendo que este concepto que he incorporado a mi vida cueste tanto lograr que nos atraviese el alma. Y es porque todo lo que escuchamos o leemos o vemos nos lleva a pensar que la vida debe ser así. Que uno debe depender de un amor externo al de nuestra alma. Que hay alguien ahí afuera que debe hacernos felices. Que todo depende del otro y poco de nosotros. Es lo que nos inculcan y lo que día a día escuchamos cuando encedemos la radio para alegrarnos con alguna canción y, muchas veces, surten el efecto contrario. Si no estamos en pareja morimos de envidia por aquellas canciones que dicen que el/ella es la persona más maravillosa del mundo, entonces queremos que venga alguien a decirnos lo maravilloso que somos. Si estamos en pareja, podemos o bien sentirnos identificados porque "oh! ya lo encontramos" o bien, si justo discutimos o no tuvimos la mejor noche, podemos decir "todo es mentira, la vida no es así". O también podemos pensar que algún error debemos haber cometido, porque esas maravillas no nos suceden a nosotros.
Pero lo cierto es que es mentira lo que dicen, pero también es verdad. Hay una parte donde se puede sentir esa plenitud, sin dudas. Porque si nos sentimos completos y conformes con nosotros mismos, el mundo que gira a nuestro alrededor se puede transformar en algo maravilloso. Entonces, el ser que está a nuestro lado se convierte en parte de ese mundo fantástico, pero sin perder la individualidad. El/ella es él/ella y yo soy yo. Y cada uno aporta la magia que el otro necesita como ser humano e individuo, sin necesidad de depender, porque sabemos que este aprendizaje puede ser de toda la vida o puede terminar en algún momento.
Y es mentira porque no debemos perder jamás nuestra individualidad. Depender del otro es alienarse con el otro. Entonces sí, cuando parte o no está, parece que nuestra vida se desmorona.
Quizás no es fácil entender lo que quiero transmitir. Quizás no me esté explicando lo suficientemente bien. No sé. Ya me lo dirán ustedes.
Lo que quiero dejar en claro es que la felicidad pasa por uno mismo. Dejemos de buscarla fuera de nosotros. Dejemos de buscar culpables para no alcanzar nuestra plenitud. Tenemos todo para lograrlo. Simplemente se trata de centrarse en uno mismo. Y amar. Por sobre todas las cosas, amar sin prejuicios ni preconceptos. Somos Luz. Permitámonos brillar solitos. Y recibamos la Luz del otro para que también nos ilumine cuando tenemos oscuridad, pero no para que sea nuestro foco principal.