Nunca fui la dama encantada, aunque así lo supusieras.
Nunca fui la que vistió de blanco ni tampoco de seda.
Nunca fui la intachable ni la más certera.
Nunca fui la intachable ni la más certera.
Sólo soy una mujer, un poco aventurera, que define la vida con colores de otoño y primavera. Con fragancias frescas y otras más secas. Con caricias suaves pero de manos gruesas. Con palabras que dan vida y otras que hielan. Con gustos dulces y amargos, como la vida entera.
Quizás tus sueños me dibujaron como aquella diosa que tu alma vela.
No soy ni diosa, ni reina, tan sólo soy yo, una mujer que vive la vida plena.
No soy ni diosa, ni reina, tan sólo soy yo, una mujer que vive la vida plena.
Preguntaste qué quiero y no contesté. No es que no lo sepa. Lo tengo claro desde aquella noche en que la luna y el mar bailaron juntos, al compás de tus sueños y la realidad que hasta hoy me golpea.
Creo que esas palabras se escuchan sólo desde un lugar que no es el simple sonido de mi voz rozando el viento que pasa sin cautela, sino mi alma hablando a la tuya y, para eso, no hay más que la espera.
Creo que esas palabras se escuchan sólo desde un lugar que no es el simple sonido de mi voz rozando el viento que pasa sin cautela, sino mi alma hablando a la tuya y, para eso, no hay más que la espera.
No te quiero en el Olimpo, pero tampoco puedo prometerte un Paraíso sin manzanas que despierten nuestras peores miserias.
Lo que sí puedo darte es lo que te he dado siempre, transcurrir cada día, con soles y sombras, sabiendo que sólo cuando dos almas como las nuestras se juntan hacen que vivir sí valga la pena.
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