
Hace mucho, pero mucho tiempo, había una publicidad de jeans que decía algo así como “Jordache es el jean tu jean ... Jordache es tu jean!” . Buscando en Youtube, descubrí una publicidad de 1979. En la misma se puede ver a una modelo con su pelo rubio enrulado, al mejor estilo Angeles de Charlie versión años 70 -muy sexy para entonces- llegando a una discoteca. Toca el hombro de un hombre que conversaba animadamente con sus amigos en la barra del pub. Este la mira y, acto seguido, la publicidad muestra una sesión fotográfica de esta chica, con su jean con costuras blancas mostrando la cola de la joven que resulta ser muy pero que muy chata (impensable en estos días). El comercial termina volviendo a la pista de baile donde se puede ver a la muchacha bailar y girar mientras cuatro hombres de pantalón de vestir y camisa la rodean. En eso, el logo de Jordache Jeans en blanco junto a la cabeza amarilla de un caballo (distintivo de la marca) aparece en la mitad de la pantalla. Fin. Patético ahora, precioso entonces, supongo.
Claro que aún más patético es que ese jingle hoy haya decidido instalarse en mi cabeza sin razón alguna. Y, obvio, una vez que digo “sin razón alguna” la razón se hace presente y me dice “¡iujuu! ¡Estoy acá!”. Es entonces cuando tengo que tomar conciencia de algo que en realidad NO QUIERO TOMAR CONCIENCIA.
Sí, ya sé por qué. Esto sucede porque en una semana cumplo años.
Lo cierto es que estoy feliz y agradecida de la vida. He tenido un año interiormente espléndido y exteriormente maravilloso. Si bien no ha sido un año de cumplir sueños, creo que he materializado muchas cosas y eso me gratifica enormemente. Mi salud ha estado bien. La de mi familia con algunos altibajos, pero finalmente ha resultado todo como Dios manda y puedo sentirme dichosa de ello. Económicamente no ha sido un año de florecimiento, más bien ha sido de hojas marchitas, pero no es algo que me preocupe en demasía ya que nunca nos faltó para comer ni para educar a los niños ni nada. En este aspecto ha sido con esfuerzo pero se ha logrado. Vivo más armoniosamente que antes y el amor me circunda, lo cual para alguien como yo es primordial en esta vida.
En fin, que no puedo pedir más, realmente.
Entonces me salta la frivolidad, porque por suerte del resto no tengo de qué quejarme. Pero soy mujer y quejosa por naturaleza. Mala combinación, pero soy así. Por eso es que entiendo por qué canto el jingle de Jordache. Algo tan sencillo, tan simple, tan fácil de expresar con pocas palabras... tan todo que de tan tan le doy mil vueltas y escribo centenares de letras antes de nombrarlo. “¡Coraje, mujer, lárgalo de una vez por todas!”, me digo internamente (y me trato de tú porque soy muy respetuosa). Es que no es falta de coraje, es miedo de asumirlo … pero bueno, ahí va … canto Jordache, una publicidad de hace tantos pero tantos años porque, porque, porque … ESTOY ENVEJECIENDO!!!!!!!
Ahí está, ya lo dije. Dos palabritas nomás y, sin embargo, sólo leerlas me hacen sentir hecha pelota. Pero sí, es la realidad. Y agradezco infinitamente a todos los que alimentan mi ego y me dicen “¡pero si estás bárbara!” o “ay, che, ¡si parecés mucho menor!” o “¿en serio vas a cumplir 38?, yo pensé que tenías 32 o 33”. Gracias, muchas gracias, de corazón. No saben lo bien que me hacen sentir. Aunque sea mentira, no importa, continúen diciéndolo. Mi ego se cree que todo es verdad.
Pero la realidad es que hay algo que no miente (lo más terrible): el espejo.
Todos los años, desde que mi mamá falleció, me compro un regalo en su nombre. Cada mes de julio, para sentirme más joven y bella, acudo a alguna tienda de moda (en ninguna de ellas venden Jordache, por cierto) y me gasto unos pesos en ropa de estación. Generalmente encuentro las primeras liquidaciones, así que salgo contenta y feliz con mi buzo o pantalón nuevo que estreno ese día y siento de alguna manera que mi mamá está conmigo. Sí, soy emotiva hasta para vestirme, qué le voy a hacer.
Pero este año algo cambió. Lo primero fue que hice las compras por anticipado. Y lo segundo, fue el tipo de compra que realice. Este junio y no julio, tomé conciencia (“¡Cáspita! Para qué lo habré hecho?” –sigo hablando conmigo misma en otro idioma que no entiendo) de que los años estaban pasando de verdad. Cuando llegué a casa y abrí mis bolsas de compras, me encontré con:
- Maquillaje para tapar las imperfecciones
- Rizador de pelo, para que el peinado llame más la atención que el resto
- Y, la frutillita de la torta, MI PRIMER TRATAMIENTO ANTIARRUGAS HYALURON-FILLER CONCENTRATE
Con el dolor en el alma me doy cuenta que es momento de empezar a usarlo. Las famosas “patas de gallo” comienzan a asentarse y, cuando estiro la piel de la cara (como cuando decimos con el gesto un “no sé” o damos un beso), me doy cuenta que la piel ya no es la misma.
Es por eso que finalmente entendí que Jordache es una marca de jeans que por allá por los años 70 fue aclamada y comenzaba a imponerse en el mercado mundial. Y yo, allá por los años 70, comenzaba apenas a imponerme en esta vida para llegar al 2010 y cumplir mis 38 con un mundo de gente a mi alrededor. Mi mundo, mi gente.
Para consolarme me gusta pensar que yo sólo tengo arrugas y Jordache, en mi mundo, dejó de existir hace ya tiempo. Que sea una buena marca en otros lados no hace mella en el asunto. Al menos, no en mis asuntos. Pero por las dudas y dadas dichas condiciones (que son reales y muestran a unas preciosas modelos que posan con ya nada de cola chata), es que hoy me siento con todo el derecho del mundo a proclamar, en voz alta y con la crema antiage como estandarte en mi mano:
“¡Muerte a Jordache! ¡Larga vida para mí!”
¡Ma sí, con arrugas o sin ellas!
He dicho.