- Documentos, por favor – dijo el policía, mientras yo, entre nerviosa y confundida, bajaba el vidrio del auto.
- ¿Algún problema, oficial? – respondí mientras hurgaba en mi bolso buscando lo que el hombre me pedía.
- Por el momento documentos, señorita.
- ¿Algún problema, oficial? – respondí mientras hurgaba en mi bolso buscando lo que el hombre me pedía.
- Por el momento documentos, señorita.
Antonio ya había bajado del vehículo y conversaba con el otro sujeto que le solicitaba lo mismo. Por mi parte, intentaba mantener la calma y darle al hombre lo que me solicitaba sin que sospechara de mi nerviosismo. También hacía un esfuerzo sobrehumano para escuchar lo que Antonio respondía, para estar en concordancia con su discurso. Aunque nos conocíamos tan bien que aunque no lo escuchara de seguro íbamos a estar de acuerdo.
El hombre se retiró un poco y comenzó a anotar en lo que parecía ser una libreta los datos que iba corroborando con la documentación. Antonio parecía estar desempeñándose muy bien con el otro policía. De todas formas creo que hablaba más de la cuenta, intentando persuadir aquello que la ley tuviera que decir.
- ¿Pasa algo, oficial? – volví a preguntar, esperando que todo estuviera bien.
- Enseguida le explico, señorita … Laura – dijo, mientras miraba el documento para asegurarse de mi nombre y seguía escribiendo en su libretita vaya uno a saber qué.
El otro policía se dirigió a Antonio y le pidió que abriera la valija del coche. En ese preciso instante, mi corazón dio un vuelco. Sabía que si descubrían lo que teníamos oculto allí terminaríamos pronto en un calabozo. Como mínimo.
Traté de mantener la compostura, pero por primera vez en mucho tiempo los nervios me traicionaron y mis manos comenzaron a temblar. Como aún permanecía dentro del auto, las escondí para que el hombre no notara lo que estaba sucediendo. En un momento me vinieron a la cabeza mil imágenes: los planes con Antonio, las reuniones durante tantas tardes, el tan ansiado viaje a Francia, el hermoso departamento que nos había amparado todo este tiempo, los recuerdos que allí quedaron, los momentos vividos con amor y pasión y, como si fuera poco, nuestra boda. ¡Y qué boda! Recordé a nuestros amigos, los pocos que conocían nuestras locuritas y nos aceptaban incondicionalmente, todos juntos en nuestro pequeño hogar decorado con sueños y deseos de felicidad. Nuestro pastel de solo un piso hecho con tanto amor por Andrea, el ramo de violetas que me armó Susana y el velo que me prestó Karina. Recordé a Roberto, cuando le cedió el saco de su traje a Antonio y a Lorenzo, cuando se quitó la corbata para ponérsela a su amigo. Y Sebastián, siempre tan cómico, con su atuendo de sacerdote rentado especialmente para la ocasión, oficiando esa ceremonia no oficial a las 2 de la tarde en aquella diminuta habitación de la calle Fray Bentos. Todo había sido perfecto, como siempre nos solía suceder. Todo hasta este momento, en que Antonio me miró por el espejo retrovisor y me hizo una guiñada, intentando darme la seguridad de siempre, sólo que esta vez no lo lograba.
Cerré mis ojos y respiré hondo. Prefería morir que estar en una celda, lejos de él. Y cuando estaba a punto de romper en llanto, el oficial extendió su mano devolviéndome mis documentos y pidiéndome disculpas, como si quisiera borrar el momento que acababa de suceder. Atónita, vi cómo Antonio se despedía de ambos policías con una sonrisa y un apretón de manos.
Volvió al auto y comenzó a conducir. Yo no salía de mi asombro, tanto así que me había quedado sin palabras. Sólo lo miraba, asombrada. Entonces, me miró, con sus ojitos pícaros de siempre y me dijo con una sonrisa:
- Tontita, ¿realmente creías que nos iban a detener?
- Pero, pero … ¿y cómo? ¿qué pasó?¡No entiendo qué sucedió!
Antonio se echó para atrás y largó una carcajada. Paró el auto al costado del camino y mirándome con el mismo amor que solía hacerlo siempre, respondió:
- Sólo encontraron unas cajas viejas y vacías y el uniforme de mis tiempos en la Fuerza Aérea, que duerme allí hace ya años. Roberto se encargó de todos los detalles. El equipaje ya debe haber llegado a destino. No podía arriesgar ni un segundo el hecho de estar contigo para siempre.
Sabía que era un hombre de recursos, pero no dejaba de sorprenderme. Me abalancé sobre él y lo besé con toda la pasión que sólo él sabía sacar de mi. En pocas horas estaríamos en Francia. En pocas horas la noticia del robo al banco no sería más que eso, una noticia. Sin dudas éramos chicos con suerte. Así nos sentimos hasta el último momento, hasta que llegamos al aeropuerto, donde sonaba una canción de Celia Cruz y nos atrevimos a sentirnos en Cuba por unos instantes y bailar aunque tan solo fueran unos segundos, sin importar quién nos estuviera viendo. Y, como por arte de magia, pero negra, fue en ese instante cuando sentí cómo el calor atravesaba mi cuerpo, cómo Antonio caía sobre mí, cómo mis manos se teñían de rojo, cómo de a poco lo sentía morir. Al levantar mi vista, decenas de policías nos rodeaban, todos armados. No recuerdo más. Sólo sé que desde entonces, vivo en esta celda, sin vista al mar, ni a la torre Eiffel, ni al verde de ningún parque. Y lo peor de todo, sin Antonio. Tengo la mitad de mi cuerpo paralizada por la bala que atravesó mi columna. Y una cuerda sobre mi regazo que he podido conseguir cambiando algunos cuantos cigarrillos con una reclusa. Porque lo cierto es que nadie, pero nadie, me va a quitar la posibilidad de estar con Antonio durante toda la eternidad. París, Francia, cielo o infierno ... esperame, amor mío. Allá voy.
Uffffffffffffff...que historia atormentadora...eestremece, te lo aseguro. Parece un laberinto kafkiano. Un beso.
ResponderBorrarMe dejáste atónita....me sorprendiste totalmente. Me gusta mucho cómo está escrito y me mantuvo atenta desde el principo al final. Eso sí, tenías razón cuando me escribiste que todas tus historias de amor terminan mal....muy pero muy bueno. Besos,
ResponderBorrarQue bueno... de esos relatos q te atrapan, de esos que no podés parar de leer hasta llegar al final...Un final que no me supo a triste... no sé porque... será porque al final terminarán juntos sea como sea... o será por mi profesión que me condiciona y desde el momento en el que leí q habian robado un banco me quedé pensando que no podían escapar...
ResponderBorrarMe encantó!!!
Pulga: ja! ojalá pudiera hacer un laberinto kafkiano! Se agradece el piropo de todas formas.
ResponderBorrarMaita: sip, me aburre escribir historias de amor con final feliz. No sé por qué. Me alegro que te haya gustado.
Anita: A mi tampoco me supo a triste el final, aunque claro que no es un final de telenovela. Y tu profesión, me consta que te condiciona!! Ya te lo he dicho en otros relatos. O en conversaciones.
Gracias todos!
Besossss
uy yo ya venía pensando en comentar lo que mas me conmovió..que es cuando él le dice que no podia arriesgar ni un segundo el hecho estar con ella pa siempre...y sí, me conmovió, pero después me superó la tristeza. Triste pero al menos tiene la cuerda..ojalá le sirva de puente. Besus!
ResponderBorrarPalu: Sin dudas que le va a servir. Besosss
ResponderBorrarBuenisimo Mentora ¡¡ Los finales crudos te hacen palpitar a otro ritmo , me atrapó.
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