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miércoles, 31 de agosto de 2011
NUESTRO TESORO

jueves, 25 de agosto de 2011
Y DECIR 1O AÑOS ES DECIR AMOR

viernes, 12 de agosto de 2011
PARA DESQUERERTE MEJOR

Nos conocimos con Andrés hace ya tiempo. Tanto como las veces que el mar ha llegado a la orilla de mi alma. Y he intentado alejarme de él tantas veces como las que el mar emprende su retirada.
Andrés es lindo. Por dentro y por fuera, pero más por dentro. Andrés termina mis frases y yo comienzo las suyas. Y viceversa. Reímos con la misma carcajada a la par y podemos estar en el peor momento de nuestras vidas pero siempre tener la palabra que nos saque una sonrisa en medio de la frustración.
Sí, Andrés es el amor de mi vida, sin dudas. Nadie jamás me ha hecho brillar como él.
Lo conocí un día de enero, mientras la luna llena bailaba en el océano. Ambos caminábamos por la playa en direcciones contrarias y Lucho, mi perro, lo conquistó antes que yo, aunque él asegure que eso fue completamente al revés. Jamás nos pusimos de acuerdo en ese punto.
Cuando lo vi supe enseguida que me enamoraría de él y, lo que más me sorprende hasta hoy es también sabía que él se enamoraría de mí.
Andrés es mi perfecto, con sus virtudes y defectos. El hombre con el que siempre soñé.
Si tuviera que describir qué fue lo que me cautivó de él, diría que es su poder de conquista, como el lobo cuando mira a su presa. Andrés tiene unos brazos envolventes, de los cuales resulta imposible escapar. Unas manos firmes, que parecen atravesar mi piel cada vez que me acaricia. Unas piernas musculosas y bien formadas, con las que me ha alcanzado cada vez que he intentado huir. Unos ojos de mirada penetrante, con los que atraviesa y acobarda a mi pobre corazón. Tiene una nariz perfecta, por la que inhala toda mi esencia. Y una boca de labios gruesos y suaves, con la que me quita el aliento hasta la muerte pero que con el suyo me hace renacer.
Claro, él es mi perfecto, no así estas vidas que nos tocó. Porque no todo siempre es color de rosas. Y en este caso, la ley se cumplió de forma precisa y exacta.
Andrés vive lejos, muy lejos. No en un cruzar de puentes, no en un avión a pocas horas. Tan lejos como dar media vuelta al mundo.
Ese verano, fue el mejor verano de mi vida. También lo fue para él. Lo sé. Y durante casi dos años, tratamos de conciliar esa brecha geográfica, acercándonos todo lo posible. Pero todo lo posible no es todo. Siempre queda lo imposible. Así que de a poco y como una antítesis, aunque nuestros corazones se unían, la distancia nos separaba cada vez más.
El no podía vivir aquí ni yo allí. Ambos tenemos niños. Y nuestro amor por ellos nunca fue mayor al que existía entre nosotros. Bregamos por su felicidad, así lo entendemos y así debía ser. No podía separar a mis niños de su padre, llevándomelos lejos por mi propia felicidad, ni él podía manejar la opción de verlos veinte días al año, a lo sumo un mes. Ninguna de esas opciones nos haría sentir plenos. Esas opciones opacarían nuestra felicidad al punto de que nuestra historia de amor se convirtiera en una historia de agonía permanente.
Evaluamos todas las posibilidades y nada fue convincente, por lo que un día, con el corazón en la mano, tuvimos que decirnos adiós.
Esa tarde, en medio de nuestra decisión y mi propia angustia, llegué a casa, abrí el placard y saqué de él un abrigo que mi madre una vez me dio y que guardo desde la niñez. Me tiré en la cama, me enrosqué sobre mi cuerpo y, con la fragilidad de quien intenta aferrarse a la inocencia, me dormí, abrazada al abrigo, recordando las palabras que ella me había dicho el día en que me lo obsequió, tal vez como presagio de su pronto trascender a otros mundos: “mi chiquita, cada vez que precises un abrazo mío y yo no esté, ponete este abrigo, de la cabeza a los pies, y allí estaré, rodeándote siempre”.
La caperuza ya está apolillada, sin embargo, cada vez que tomo el saco entre mis manos sus palabras vuelven a aparecer. Y las lágrimas, también.
Aún me es duro comprender que ese fue mi cuento de hadas, pero también estoy segura que algún día, con príncipe azul o sin él, me tocará vivir mi final, aunque sea apenas un triste final feliz.
jueves, 11 de agosto de 2011
LA ERA DEL ROJITO

Llegó el día de recibir al Rojito de la familia. Chiquito pero confortable, de diseño anatómico y, por qué no, divertido. Será quien nos lleve y nos traiga de aquí para allá, idas al Colegio de los niños, paseos varios y, principalmente, instrumento de trabajo.
Pero no estoy tan emocionada como quisiera estarlo. Si bien es algo que se viene planificando hace ya un tiempo, si bien el pequeño Celta ya necesitaba muchos arreglos que para el uso tan cotidiano no justificaba hacerle, me dio pena dejarlo en la automotora hoy.
Sí, ya sé, es un bien material viejo que se fue para que entre uno nuevo, para ganar confort y, más que nada, ahorrar. Pero así y todo, sentí que parte de mi vida quedaba allí.
Fueron 6 años en los que mi querido grisecito me acompañó en duras luchas, pero que también supo darme hermosos momentos.
Mi auto es como mi segunda casa, paso demasiadas horas sobre él y muchas veces se convierte en mi espacio de lectura, meditación, es el que me acerca rápidamente a quienes quiero, en el que llevo y traigo a lo más preciado de mi vida, mis hijos, el que me permite trabajar, el que me cobija del frío en invierno y el que me refresca en verano. El que paro bajo una sombra para comer y escuchar un poco de música en mitad de mi jornada. Es el que me cubre de la lluvia, tanto externa como interna y en donde he sabido reír a carcajadas.
No es que nada de esto no lo haga en otros ámbitos, pero mi auto es como mi escudo protector en muchos sentidos.
Fue el auto donde llevamos a mi más pequeñito a casa, luego de nacer.
Fue el auto donde tantas lágrimas derramé, haciendo el duelo de mi mamá.
En ese auto dejé pelos de mi quimio y fue el lugar donde decidí que un pañuelo me quedaba mejor que una peluca.
Fue en ese auto desde donde miré muchísimas veces el mar, desde distintos ángulos, en donde nacieron muchos versos y cuentos, algunos de ellos colgados en este blog.
En ese auto iba y venía cuando mi hijo estaba enfermo.
En ese auto viajaron todos mis amigos, o casi todos. Y con muchos de ellos compartí risas por doquier y charlas profundas durante horas, muchas de ellas hasta la madrugada.
En ese auto pasé horas y horas de mi vida. Cientos de ellas.
En ese auto, increíblemente, crecí.
Y aunque sé, sé y sé que no es más que un lugar físico de los muchos que he dejado atrás y dejaré en el futuro, estos años en los que pasé allí dentro fueron intensamente ricos.
Por eso me costó tanto desprenderme de él (no hice escándalo en la automotora, lo dejé como una lady, pero en el camino le dejé alguna que otra lágrima en su interior).
Hoy comienza la Era del Rojito. Mi nuevo Chevrolet Spark LS, donde hasta el nombre es divertido. Y estoy segura que tendré millones de gratificaciones más estando en él, de la misma forma que también será cobijo en muchísimos días de mi vida. Este auto tiene chispa desde el nombre mismo (spark=chispa) y en su color.
Así que a ajustarse el cinturón, que de aquí en más, un nuevo comienzo lleno de nuevas aventuras espera por delante, para que dentro de él el mundo se siga abriendo ante mis ojos y la vida siga sorprendiéndome, como lo ha hecho hasta el día de hoy.
Bienvenido, Spark. Desde hoy y por unos años, me camuflo de rojo y me lleno de chispa. Veamos qué tal me va ...
martes, 9 de agosto de 2011
LAKSHMI

yacen dormidas las pasiones.
Alimentan sueños y esperanzas;
matan cuentos y añoranzas.
Sin embargo, hay una diosa
que permanece armoniosa.
La diosa Lakshmi, que tiene paciencia,
me vuelve al centro, me trae conciencia.
Lakshmi es físicamente extraña,
sus extremidades son varias.
Sin embargo en su interior
trae fortuna y mucho amor.
Hace poco reconocí
este arquetipo que vive en mí.
Esta diosa que me cuida
ha traído paz a mi vida.
“El que espera desespera”,
dice un conocido refrán.
Yo elijo no desesperar,
y que mi mundo no deje de girar.
Eso sí, siempre consciente,
de que Lakshmi está presente.
Me permito su compasión,
y le dejo sostener mi corazón.
ॐ Namasté ॐ