Cuando yo era niña no ponía mucha
atención a mi cuerpo. Bueno, es que por ese entonces no estaba siquiera segura
si tenía cuerpo o no. Quiero decir, sabía que existía, pero no lograba
comprender si en realidad mi existencia ocurría en el mundo en el que
supuestamente vivía o en aquel que transcurría del otro lado del espejo. Me
llamo Ana, y eso me daba la facilidad de ser la misma aquí que allá, porque el
palíndromo de mi nombre era el mismo.
Así transcurría mi vida, entre
Ana y anA, esperando que algún día y de alguna forma lograra averiguar cuál era
el mundo real. Claro, esto sucedía de pequeña. No los dos mundos, sino el
querer saber cuál era el de verdad. Con el paso del tiempo eso dejó de ser algo
que me cuestionara y pasé a vivir y disfrutar de tener una doble vida.
No recuerdo exactamente cuándo
nos conocimos, pero mis recuerdos se remontan a los 4 o 5 años, cuando cada
mañana me paraba frente al ventanal y la veía reflejada, dándome los buenos
días. Nos saludábamos y empezábamos a comunicarnos con un lenguaje que sólo
ella y yo comprendíamos, que principalmente se refería a gestos faciales.
Pasábamos los primeros minutos del día en eso, haciendo muecas y viendo a quién
le salían mejor.
Luego me retiraba a hacer mis
cosas, como vestir a una muñeca o a andar en bicicleta, suponiendo que anA
haría algo similar. Más tarde solíamos encontrarnos en el baño, generalmente a
la hora de ducharnos, y otra vez nos volvíamos a comunicar. Ocasionalmente
conversaba con ella, aunque no la viera. Me sentaba en el escalón de casa a
comer un huevito pasado por agua y nos poníamos a charlar, esta vez con una
charla a viva voz, como me comunicaba con el resto de la gente. A veces también
jugaba conmigo, hacía de alumna, de hija o de oficinista. anA siempre estaba
dispuesta a jugar y compartir mis ratos de soledad. Es que muy probablemente
ella también ella estaba sola. O era tan rara como yo, no sé.
Fue una linda compañía durante mi
primera infancia. Crecer con ella me hizo sentir acompañada, sentir que tenía
una amiga o una hermana en algún lugar, con la diferencia que no me molestaba y
siempre estaba dispuesta a compartir conmigo lo que fuera.
Los años pasaron y ambas crecimos,
pero eso no hizo que me olvidara de ella. Ni ella de mí. Seguimos siendo
compinches y amigas, aunque las cosas ya empezaron a tomar otro color. Es que
anA por ese entonces empezó a desarrollar un defecto bastante cruel: el juicio.
Durante la adolescencia, pasó a ser mi juez. No había cosa que yo hiciera que
anA no juzgara. Y ahí, comenzaron los problemas. Todo parecía estar mal, absolutamente
nada de lo que yo hacía parecía estar dentro de los cánones correctos de ella.
Nos peleábamos mucho, discutíamos y rara vez nos poníamos de acuerdo. A veces
pasábamos días sin hablarnos, pero siempre terminaba precisando de ella, de
algún consejo, de alguna palabra, y volvía a buscarla, como un pollo mojado.
Estoy segura que ella también necesitaba de mí, porque sin mí, no era nadie.
Fue una época dura de sobrellevar y muchas veces no la escuché. Y hasta el día
de hoy a veces me reprocha por no haberlo hecho.
Llegó mi juventud y la de ella.
Su defecto se hizo cada vez más fuerte, más potente, fue cobrando vida propia.
No había cosa que yo hiciera que no pasara bajo su meticulosa lupa. A todo le
medía el riesgo. Desconfiaba de todo el mundo. Nadie le venía bien. A cada
novio le vio un pero. A cada actitud que yo tomaba le parecía o muy puta o muy
santa. Tuve que callarla cuando conocí a mi marido, porque si fuera por ella,
aún seguiría soltera. Bueno, no voy a opinar hoy al respecto …
Fuimos madres al mismo tiempo y
compartimos la dicha de ver crecer a nuestros hijos. Compartimos dudas, sueños,
alegrías y preocupaciones. Comentamos cómo haríamos esto o aquello. Nos reímos
juntas de las gracias de nuestros pequeños. Sufrimos cuando se enfermaban y
lloramos de alegría cuando dijeron mamá.
Hoy anA sigue siendo parte de mi
vida. Sigue siendo juez, aunque con los años he aprendido a no prestarle tanta
atención a su defecto. O mejor dicho, a entender que esa es su naturaleza y que
a través de su juicio muchas veces logro pensar, razonar y llegar a
conclusiones que si ella no me lo hubiera hecho ver, no lo hubiera logrado.
Creo que ella también ha aprendido de mí y desde hace ya un tiempo cree más en
la gente, lo que la ha vuelto más amigable.
anA vive en su mundo y yo en el
mío, pero a veces nos cambiamos de lugar. Nos dimos cuenta que no importa donde
estemos, siempre algo de la otra nos acompaña, así que nos resulta divertido
cruzar la barrera y vivir un poco diferente de lo que estamos acostumbradas. Ya
no me pregunto cuál mundo es el real, porque con el tiempo me di cuenta que
existen los dos.
Sé que estaremos juntas hasta el
final de nuestros días y a Dios le pido que nunca me devuelva la cordura porque
si anA desaparece, estoy segura que también desaparezco yo.
Increíble... e increíblemente identificada me siento... :)
ResponderBorrarBeso
Me ha gustado muchísimo y yo también me siento identificada. ¿Será porque nos llamamos Ana las tres?
ResponderBorrarMage querida....me encantó!!!!! Hermoso relato! Muy bien conducido por esa pluma increíble que te acompaña tanto a vos como a anA jeje....besos!
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