
Hoy emprendo un viaje hacia tierras desconocidas. Hacia el interior de mi ser, que hace tanto no visito.
No estoy segura de querer subirme a ese vuelo, pero ya con mi ticket en mano me dirijo por inercia a la puerta de embarque, sin mucho pensar ni analizar.
No miro hacia atrás. Me cuesta y duele despedirme de aquello que dejo, de ver lo que queda en el camino; en ese camino que decidí no volver a recorrer jamás.
Abro las puertas de par en par, sabiendo que algo nuevo me espera tras ellas.
Llego a la sala de embarque. Soy un pasajero en tránsito constante a través de mis sentimientos.
Ocupo un asiento libre, esperando el último llamado para subir a mi avión imaginario, a mi avión sin alas rotas.
Siento miedo. Es lógico, lo nuevo, lo desconocido, siempre trae consigo el miedo alojado. Por eso se hace preponderante concentrarse en el presente, en el aquí y ahora, para no perder el objetivo jamás.
Miro a mi alrededor y me doy cuenta de lo solo que se puede sentir alguien en medio de una multitud.
Finalmente, anuncian la partida.
Subo al avión. Abrocho mi cinturón, el cual me retiene para no escapar.
"Bienvenido a bordo del vuelo de su corazón", se anuncia a todo trapo y a continuación "Fix you" de Coldplay comienza a sonar, mientras las ruedas de mi avión comienzan a encarrilar ...