("Visita el interior de la tierra y rectificando encontrarás la piedra oculta")
Soñando con tu Luz, en la oscuridad de la noche, te oí llegar.
Con tres golpes en el vidrio de la sala, te hiciste sentir e interrumpiste mis sueños.
Todos dormían, nadie parecía haberse alterado con el golpeteo, sólo yo. Sentí miedo de ir a ver si allí estabas, quién eras, por qué llegabas.
Con un poco de valor decidí ir a mirar. Me moví sigilosamente. Arrastré conmigo la manta para que me cubriera más que del frío, del temor que me invadía. Con pasos tímidos me acerqué a la puerta de entrada.
No me animé a hablar, a preguntar.
Arrimé mi ojo a la cerradura con el fin de descubrir tu presencia del otro lado.
Nada. La oscuridad era casi absoluta.
Retiré mi ojo de allí y di un paso atrás. Supuse que no había luz en la casa, que nos habíamos quedado en penumbras.
Sin embargo, el ruido del motor del refrigerador me anunció lo contrario. Volví a acercarme a la puerta. Miré de nuevo y otra vez oscuridad.
Aún temerosa, me acerqué a la ventana y, con una precaución de espía, corrí la cortina, esperando encontrarme con tu rostro, con tu forma, con tu luz. Algo que me indicara que estabas allí. Lo único que pude distinguir fueron dos vehículos estacionados en la casa vecina.
Tratando de convencerme que sin dudas el ruido había provenido de allí, me retiré lentamente.
No había dado ni dos pasos cuando escuché unas voces. Agudicé mi oído. Se trataba de la televisión encendida en la habitación de uno de mis niños. No entendía por qué estaba encendida, si mi marido la había apagado antes de dormir. Otra vez volvió a invadirme el miedo a lo desconocido. Otra vez avancé. Al llegar a su dormitorio, la luz del artefacto tampoco era distinguible. Entre oscuridad y sonidos apagué la TV y entonces el silencio se apoderó de la casa.
Ya no estabas. Te habías ido.
Comencé a flotar, como si no existiera una fuerza de atracción hacia esta tierra, como si la gravedad se hubiera visto alterada.
Me dirigí a mi cama en esa nube invisible, un poco desilusionada de no verte, de no haber llegado a tiempo para encontrarte, pero tratando de refugiarme, segura de que ya nada alteraría mis sueños.
Habité el cuerpo que allí había quedado.
Poco tardé en dormirme. Y menos aún en volver a soñar con tu Luz.
Algo despertó mi cuerpo. Entonces, lo entendí todo.
Entendí que no eras más que yo quien allí había estado, que no debía buscarte fuera de mí, sino dentro.
Que los ojos sólo me sirven para ver la realidad. Y mi alma, para ver aquello que tanto deseo descubrir.
Con tres golpes en el vidrio de la sala, te hiciste sentir e interrumpiste mis sueños.
Todos dormían, nadie parecía haberse alterado con el golpeteo, sólo yo. Sentí miedo de ir a ver si allí estabas, quién eras, por qué llegabas.
Con un poco de valor decidí ir a mirar. Me moví sigilosamente. Arrastré conmigo la manta para que me cubriera más que del frío, del temor que me invadía. Con pasos tímidos me acerqué a la puerta de entrada.
No me animé a hablar, a preguntar.
Arrimé mi ojo a la cerradura con el fin de descubrir tu presencia del otro lado.
Nada. La oscuridad era casi absoluta.
Retiré mi ojo de allí y di un paso atrás. Supuse que no había luz en la casa, que nos habíamos quedado en penumbras.
Sin embargo, el ruido del motor del refrigerador me anunció lo contrario. Volví a acercarme a la puerta. Miré de nuevo y otra vez oscuridad.
Aún temerosa, me acerqué a la ventana y, con una precaución de espía, corrí la cortina, esperando encontrarme con tu rostro, con tu forma, con tu luz. Algo que me indicara que estabas allí. Lo único que pude distinguir fueron dos vehículos estacionados en la casa vecina.
Tratando de convencerme que sin dudas el ruido había provenido de allí, me retiré lentamente.
No había dado ni dos pasos cuando escuché unas voces. Agudicé mi oído. Se trataba de la televisión encendida en la habitación de uno de mis niños. No entendía por qué estaba encendida, si mi marido la había apagado antes de dormir. Otra vez volvió a invadirme el miedo a lo desconocido. Otra vez avancé. Al llegar a su dormitorio, la luz del artefacto tampoco era distinguible. Entre oscuridad y sonidos apagué la TV y entonces el silencio se apoderó de la casa.
Ya no estabas. Te habías ido.
Comencé a flotar, como si no existiera una fuerza de atracción hacia esta tierra, como si la gravedad se hubiera visto alterada.
Me dirigí a mi cama en esa nube invisible, un poco desilusionada de no verte, de no haber llegado a tiempo para encontrarte, pero tratando de refugiarme, segura de que ya nada alteraría mis sueños.
Habité el cuerpo que allí había quedado.
Poco tardé en dormirme. Y menos aún en volver a soñar con tu Luz.
Algo despertó mi cuerpo. Entonces, lo entendí todo.
Entendí que no eras más que yo quien allí había estado, que no debía buscarte fuera de mí, sino dentro.
Que los ojos sólo me sirven para ver la realidad. Y mi alma, para ver aquello que tanto deseo descubrir.
buscando la luz interna. Muy Valiente.
ResponderBorrarBeso...
Ueee que difícil esperarse y reconocerse al encontrarse. Y más difícil todavía supongo es aceptarse. Pero con lo que escribís tengo más animo..ji
ResponderBorrarBesos
Anita: pero no sabés el miedito que me dio!!! jaja
ResponderBorrarPalu: muy difícil aceptarse, por eso sueño estas cosas raras. Pero bueno, ahí voy.
Besos x 2
"Habite el cuerpo que alli habia quedado", precioso. Un beso
ResponderBorrar