Con los años me he dado cuenta que he perdido una de mis más destacadas virtudes: la memoria.
Soy una convencida que hay una parte del cerebro que se conecta directamente con el útero. Cuando la mujer queda embarazada, no sé que tipo de transición sucede que algunos de esos recuerdos tan bien guardados pasan directamente a la placenta donde, una vez retirada del cuerpo, se va con nuestras memorias a perderse en el olvido (literalmente).
Porque lo cierto es que desde que nació Juan Diego mi memoria se redujo, digamos, un 25%. Y con la llegada de Renzo, otro 25% más.
Bien, aún conservaba un 50%. Esto me permitía atender las actividades de mis hijos sin usar un lápiz. Tenía clarísimo sus horarios, aunque no así los míos que ya se iban acumulando en mi agenda o papelitos o listas que hacía en un cuaderno cualquiera y guardaba en algún bolsillo (el cual por supuesto olvidaba revisar). Por ejemplo, si tenía que comprar champú, la única forma de recordarlo era ir rotando el frasco de lugar en lugar una vez que se había acabado. Esto significaba sacarlo de la ducha y tirarlo en la pileta del baño. Una vez que salía de la ducha y lo veía, debía colocarlo en el piso, al lado de la puerta del baño. Al salir, levantarlo y llevarlo conmigo hasta la cocina. Y así, hasta que llegara a anotarlo en alguna listita o tirar el frasco dentro del auto en el asiento del acompañante, cosa que cuando subiera recordara que tenía que comprar champú. Hoy ya no hago esas locuras. Primero que compro 2 frascos de un litro cada uno (cosa que me dure muchísimo) y segundo que cuando empiezo el primero ya me recuerdo que tengo que comprar más (probablemente lo haga cuando me quede la mitad del segundo, pero al menos no me quedo sin champú).
Pero me fui de tema. A lo que voy es que mi memoria en ese entonces era precaria pero aún recordaba ciertos detalles cuando, puf!, me llegó la quimio y con ella otro 25% de memoria perdida.
La adriamicina y la ciclofofamina que me administraron mató al bicho, neuronas y sin dudas las conexiones sinápticas del cerebro, o sea aquello que nos permite recordar.
Pero, sin embargo, y paradójicamente, me quedan recuerdos de cuando tenía buena memoria (o sea, puedo recordar que tenía buena memoria), entonces me niego a agendar las cosas, apelando a que pronto todo volverá a la normalidad. Pero no, no hay caso, me olvido.
Y lo peor, no es sólo de lo que no me interesa de lo que me olvido. También me olvido de cosas importantes, como cobrar un alquiler (sí, cobrar no pagar), de reuniones laborales o de llamar a alguna amiga.
Sin embargo, puedo recordar por ejemplo haber ido a tal o cual lugar hace años atrás. Recuerdo el lugar con total claridad y hasta recuerdo haber estado con un grupo de gente allí. Pero jamás de los jamases recordaré con quién.
Y ni que hablar de las personas que me cruzo continuamente a quienes saludo con entusiasmo (respondiendo el saludo del otro, claro) sin saber de dónde la o lo conozco ni tampoco su nombre. Yo sé, esto ocurre. A veces. No siempre, como es mi caso. Lamentablemente, fracaso con total éxito urgando en mi memoria. Nunca sé de dónde me resulta conocido.
En definitiva, soy una desmemoriada, mi sinapsis actúa a corto plazo y tengo memoria selectiva (pero como a ella se le ocurre, tampoco es cuestión de que yo elijo qué recordar, eh?).
Como verán, totalmente justificado todo. Tan pero tan justificado como para que nadie venga ahora a decirme que todo esto ocurre porque ya tengo 37 años. Quedó claro, ¿no?
Aún sin vivencias tan trascendentales, no sabés como te entiendo. Van quedando retazos de lo que fue una memoria privilegiada. La tecnología hace el resto.
ResponderBorrarsip, es así. Pero me duele abandonarla!!!
ResponderBorrarBesos
jajaja no es que me ria de tu desmemoria porque ahora comprendo la mía jajajajaja pero creo que algún favor también lo tiene la edad sorry jejeje. Me encanto leerte, tienes tanta gracia para comunicarte que provoca seguir leyendo y leyendo. Besos preciosa.
ResponderBorrarGracias Lili, yo sólo trato de justificar el tema de la edad!! Besos
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