"¿Por qué?", se había preguntado Ana una, diez y mil veces, pero la respuesta siguió sin aparecer.
Ana conoció a Joaquín un día después de sus 30 y jamás imaginó que se enamoraría de él de la forma en que lo hizo.
No importan ya las circunstancias del encuentro, lo importante es que Ana, sin ser consciente de ello, había esperado por él hasta ese entonces.
Tal vez Cupido había decidido salir a jugar esa noche y tan sólo la voz de Joaquín ya había hecho que ella se fijara en él.
Joaquín tenía una voz dulce, eso era obvio para todo aquel que lo escuchara. Lo extraño era la paz que a ella le generaba.
No supo hasta mucho tiempo después de todos los lugares donde habían coincidido con anterioridad y, sin embargo, nunca jamás habían reparado el uno en el otro.
¿Sería que no era el momento entonces? ¿Y qué, luego sí? Ana seguía con preguntas sin responder.
No entendía. No entendía por qué si Dios existía hacía esas cosas. Por qué se había enamorado de alguien que no podía entregarse por completo a ella. No entendía por qué amar producía dolor. No era lo que le habían dicho. "El amor es lo más maraviloso que te puede suceder", le decían sus amigas, pero Ana seguía creyendo lo contrario.
Es verdad que sólo con él lograba alcanzar estados jamás imaginados. Sólo con él su alma se elevaba. Sólo con él podía sentir ese amor. Pero también sabía lo grande que era su dolor, lo sola que se podía estar en un mundo infinito con infinitos habitantes, lo triste que podía ser vivir con un vacío interior.
Ana sabía que Joaquín la amaba. Jamás dudó de su amor. Lo vio en sus ojos, en su piel, en sus caricias. Lo vio en su alma cuando vibraba al tocar su pecho. Lo vio en sus lágrimas que él tantas veces derramó.
Ana amaba a Joaquín tanto en el ruido como en el silencio, en la sensatez como en la locura, en la cama como en el cemento, en su presencia como en su ausencia.
Ana era fuerte. Siempre había podido luchar contra todo. Pero esta vez y muy a su pesar la había vencido el amor.
Pensó en quitarse la vida. Tal vez así ese dolor que calaba hasta los huesos la dejaría de atormentar. Pero luego se dio cuenta que, si realmente existían otras vidas, eso le imposibilitaría estar a su lado, aunque odiara esperar.
Pensó en rendirse por completo a la infelicidad por el resto de sus días, vivir amargada, sola, desconsolada. Pero tampoco eso era forma de vivir. Como le dijera un amigo una vez: "estarás muerta en vida". ¡Como si existiera alguna otra forma de morir!
Pensó en entregar su cuerpo a otros hombres, pero sabía que eso no la haría más feliz.
Pensó en vender su alma al diablo, pero no era lo suficientemente mala ni siquiera para cumplir con tal fin.
Ana se preguntaba día tras día el por qué. Por qué un amor aunque fuera puro no prosperaba. Por qué los sueños se desvanecían ante sus ojos. Por qué un hombre, su hombre, no la podía hacer feliz. Por qué si se alzaban los brazos al cielo junto a la persona que amaba seguía siendo imposible volar.
Ella había apostado todo y a todo, pero él no pudo seguir.
Ana luchaba con su razón ante el corazón. Y viceversa.
Entre tantas preguntas sin respuestas, entre tantas peleas de su mente contra sus sentimientos, entre tantos "te amo" que se desvanecieron en el tiempo, un día, ya con sus setenta y largos encima y su siempre dibujada sonrisa de Mona Lisa, Ana por fin voló. Dejó este mundo naturalmente, quien sabe si fue para vivir en uno mejor. Lo cierto es que su día llegó. Fue una fresca mañana de abril. La misma mañana que una hora más tarde llegara Joaquín a la casa de Ana, arrastrando su vida, vestido con su ya desteñido traje y sosteniendo entre sus débiles manos el anillo que por fin sellaría su amor.
Qué triste! Me hiciste llorar! Que triste! Precioso! Agónico diría.
ResponderBorrarSaludos
Para mi Ana voló buscando a Joaquín. En este mundo no podia tenerlo a su lado ,pero como este amor vivia en su alma, la remontó alto bien alto y se sentó en una nube a esperarlo ...
ResponderBorrarVi hasta la cara de Ana .. precioso.