El calor que me envuelve en sueños.
Me encandila, me quema, me abraza, me rodea.
También duelen las llagas que deja bajo mi piel, bajo mis sueños, bajo las ilusiones escondidas y sonsacadas.
No puedo vivir sin él pero la intensa exposición me aniquila de a poco.
Mi vida se torna oscura sin su presencia pero mis esperanzas se marchitan con su continuidad.
Qué triste es la vida sin su brillo.
Qué triste es la vida sin un poco de oscuridad.
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Lorca sabía desde que comenzó su poema que llegaría mucho más lejos de lo que pretendía, que las sensaciones que despertaría eran aún mayores de las que él mismo podía percibir.
Pisar un fresco césped y sentir su cosquilleo en una cálida mañana de abril.
Mirar hacia arriba en un bosque tupido y descubrir las copas de los árboles, mientras la suave brisa mueve sus hojas.
Colorear la esperanza para encontrar al amor de nuestras vidas, para moldear nuestros sueños, para saber que un mañana existe gracias al hoy.
Lorca sabía lo que hacía. No en vano eligió pintar el mundo con este color.
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Apasionado el rojo que dibujan los labios que beso.
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Apasionado el rojo que dibujan los labios que beso.
Ardor que despierta el desenfreno de tu mirada -que se pierde en la mía- y enciende el fuego que nuestros cuerpos avivan.
Me siento guerrera abatida que se vuelve rehén de tu cuerpo.
No tan lejos se vislumbran tierras áridas.
La manzana cae.
La sangre se derrama.
El final feliz no llega.
El cuento concluye inconcluso.
Las rosas pierden sus pétalos.
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Me sumerjo en el mar profundo de tus ojos, a navegar por los destellos de tu mirada.
Me dejo llevar por tu oleaje, como un náufrago en su balsa sin rumbo.
Quiero llegar allí, a donde el cielo se confunde con el mar.
Quiero que tu presencia me guíe a ese mundo sin final.
Quiero tu paz en mi destino, tu dulzura en mis sentidos, tu locura en altamar.
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