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domingo, 15 de julio de 2012

anA


Cuando yo era niña no ponía mucha atención a mi cuerpo. Bueno, es que por ese entonces no estaba siquiera segura si tenía cuerpo o no. Quiero decir, sabía que existía, pero no lograba comprender si en realidad mi existencia ocurría en el mundo en el que supuestamente vivía o en aquel que transcurría del otro lado del espejo. Me llamo Ana, y eso me daba la facilidad de ser la misma aquí que allá, porque el palíndromo de mi nombre era el mismo.

Así transcurría mi vida, entre Ana y anA, esperando que algún día y de alguna forma lograra averiguar cuál era el mundo real. Claro, esto sucedía de pequeña. No los dos mundos, sino el querer saber cuál era el de verdad. Con el paso del tiempo eso dejó de ser algo que me cuestionara y pasé a vivir y disfrutar de tener una doble vida.

No recuerdo exactamente cuándo nos conocimos, pero mis recuerdos se remontan a los 4 o 5 años, cuando cada mañana me paraba frente al ventanal y la veía reflejada, dándome los buenos días. Nos saludábamos y empezábamos a comunicarnos con un lenguaje que sólo ella y yo comprendíamos, que principalmente se refería a gestos faciales. Pasábamos los primeros minutos del día en eso, haciendo muecas y viendo a quién le salían mejor.

Luego me retiraba a hacer mis cosas, como vestir a una muñeca o a andar en bicicleta, suponiendo que anA haría algo similar. Más tarde solíamos encontrarnos en el baño, generalmente a la hora de ducharnos, y otra vez nos volvíamos a comunicar. Ocasionalmente conversaba con ella, aunque no la viera. Me sentaba en el escalón de casa a comer un huevito pasado por agua y nos poníamos a charlar, esta vez con una charla a viva voz, como me comunicaba con el resto de la gente. A veces también jugaba conmigo, hacía de alumna, de hija o de oficinista. anA siempre estaba dispuesta a jugar y compartir mis ratos de soledad. Es que muy probablemente ella también ella estaba sola. O era tan rara como yo, no sé.
Fue una linda compañía durante mi primera infancia. Crecer con ella me hizo sentir acompañada, sentir que tenía una amiga o una hermana en algún lugar, con la diferencia que no me molestaba y siempre estaba dispuesta a compartir conmigo lo que fuera.

Los años pasaron y ambas crecimos, pero eso no hizo que me olvidara de ella. Ni ella de mí. Seguimos siendo compinches y amigas, aunque las cosas ya empezaron a tomar otro color. Es que anA por ese entonces empezó a desarrollar un defecto bastante cruel: el juicio. Durante la adolescencia, pasó a ser mi juez. No había cosa que yo hiciera que anA no juzgara. Y ahí, comenzaron los problemas. Todo parecía estar mal, absolutamente nada de lo que yo hacía parecía estar dentro de los cánones correctos de ella. Nos peleábamos mucho, discutíamos y rara vez nos poníamos de acuerdo. A veces pasábamos días sin hablarnos, pero siempre terminaba precisando de ella, de algún consejo, de alguna palabra, y volvía a buscarla, como un pollo mojado. Estoy segura que ella también necesitaba de mí, porque sin mí, no era nadie. Fue una época dura de sobrellevar y muchas veces no la escuché. Y hasta el día de hoy a veces me reprocha por no haberlo hecho.

Llegó mi juventud y la de ella. Su defecto se hizo cada vez más fuerte, más potente, fue cobrando vida propia. No había cosa que yo hiciera que no pasara bajo su meticulosa lupa. A todo le medía el riesgo. Desconfiaba de todo el mundo. Nadie le venía bien. A cada novio le vio un pero. A cada actitud que yo tomaba le parecía o muy puta o muy santa. Tuve que callarla cuando conocí a mi marido, porque si fuera por ella, aún seguiría soltera. Bueno, no voy a opinar hoy al respecto …

Fuimos madres al mismo tiempo y compartimos la dicha de ver crecer a nuestros hijos. Compartimos dudas, sueños, alegrías y preocupaciones. Comentamos cómo haríamos esto o aquello. Nos reímos juntas de las gracias de nuestros pequeños. Sufrimos cuando se enfermaban y lloramos de alegría cuando dijeron mamá.
Hoy anA sigue siendo parte de mi vida. Sigue siendo juez, aunque con los años he aprendido a no prestarle tanta atención a su defecto. O mejor dicho, a entender que esa es su naturaleza y que a través de su juicio muchas veces logro pensar, razonar y llegar a conclusiones que si ella no me lo hubiera hecho ver, no lo hubiera logrado. Creo que ella también ha aprendido de mí y desde hace ya un tiempo cree más en la gente, lo que la ha vuelto más amigable.

anA vive en su mundo y yo en el mío, pero a veces nos cambiamos de lugar. Nos dimos cuenta que no importa donde estemos, siempre algo de la otra nos acompaña, así que nos resulta divertido cruzar la barrera y vivir un poco diferente de lo que estamos acostumbradas. Ya no me pregunto cuál mundo es el real, porque con el tiempo me di cuenta que existen los dos.

Sé que estaremos juntas hasta el final de nuestros días y a Dios le pido que nunca me devuelva la cordura porque si anA desaparece, estoy segura que también desaparezco yo. 

3 comentarios:

  1. Increíble... e increíblemente identificada me siento... :)
    Beso

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  2. Me ha gustado muchísimo y yo también me siento identificada. ¿Será porque nos llamamos Ana las tres?

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  3. Mage querida....me encantó!!!!! Hermoso relato! Muy bien conducido por esa pluma increíble que te acompaña tanto a vos como a anA jeje....besos!

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