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domingo, 7 de noviembre de 2010

AY HIJO, QUE ME HACES LLORAR!


Hoy es un día de júbilo en lo de los Fernández-Pérez. Es que nació Julieta, la primer hija de Sebastián y Florencia. Todo salió mejor de lo esperado. Es que los nervios de Florencia le jugaban una mala pasada y la hacían imaginarse un parto interminable. Por su parte, Sebastián, ya se estaba preparando para despertar de golpe una madrugada y repasar la lista que tenía escrita para no olvidarse de nada.

Pero no. Julieta no vino a las apuradas ni en el medio de la noche. Dejó que sus padres descansaran, se despertaran como cada mañana (aunque Flor ya despertó con contracciones a las 5 y no pudo dormir más) y, unos minutos después fue cuando decidió empujar un poquito y romper la bolsa que hasta entonces había sido su morada. Flor le indicó tranquilamente a Sebastián dónde estaba su bolso y el de Julieta y unos instantes más tarde salieron para el hospital.

Inmediatamente los instalaron en la sala de pre-parto, porque Julieta no dejaba de empujar, por lo cual las contracciones eran cada vez más y más seguidas. Y más y más dolorosas.

Pero Julieta es una buena niña y decidió no hacer sufrir demasiado a su madre. Así que una hora y media después de haber llegado, Julieta largaba su primer grito al mundo.

Flor y Seba no paraban de sonreír y por supuesto alguna que otra lagrimita de felicidad también largaron.

Julieta estaba con ellos. Después de nueve largos meses de espera, de los preparativos, de comprar ropita diminuta, de leer libros de embarazo y los primeros meses de vida del niño, de ver que la piel de la panza se estira hasta el punto de llegar a un tamaño jamás imaginado, la bella niña de sus sueños se hizo realidad. Happy ending. Or beginning.

Porque lo cierto es que no hay nada más lindo que escuchar el llanto de un bebé ... en el preciso momento que nace. Este es el UNICO momento que el llanto de nuestros hijos nos da felicidad hasta las lágrimas. No es necesario pensar demasiado para darse cuenta que esto es verdad.

Pasado el momento del parto, nos vamos a la sala, a alojarnos con nuestro niño o niña recién nacido. Todo hinchadito de tanta fuerza que tuvo que hacer para salir, dormidito, chiquito, frágil, tierno, comestible. Es nuestra creación y aún no podemos creer que ese ser tan perfecto haya salido de nosotros.

Pasa un rato, unas horas quizás para las más afortunadas, y el primer llanto suena (en realidad, ya es el segundo). Hora de comer. La criaturita comienza con su proceso alimenticio y ahí empiezan las primeras complicaciones de esta vida. Hasta hace unas horas no tenía la menor idea de lo que era el hambre, ya que su alimento venía a través de un cordón. Ahora deberán proveerle el alimento y, para eso, deberá llorar. La madre acomoda al niño/a en su pecho, pensando que la criatura con su pequeña boquita succionará y sacará leche de su interior. Minutos más tarde se dormirá (si no lo hace mientras toma) y el proceso seguirá sin problemas. Pero no es tan sencillo. El bebé intenta desesperadamente poner su boca en la teta de la madre, la madre no sabe muy bien cómo acomodarlo, el bebé cada vez está más desesperado porque no deja de ser un cachorrito en busca de alimento, así que se prende rápidamente del pezón materno, como puede, y empieza a chupar. La madre, en un grito desesperado, pide a su esposo-compañero-padre de la criatura, que llame a la enfermera porque le va a arrancar la teta. La enfermera, paciente y master en el tema, ayuda a la madre a acomodarse y al niño/a succionar fervientemente, dándole el tan esperado alivio a la mamá.

Una vez finalizado este proceso, ya la criatura de panza llena, como era de esperarse, se duerme. Pero es hora de cambiar el pañal. Lo cual hace que el pequeño pimpollito se despierte y vuelva a llorar. La madre, con toda su ternura, tratará de consolarlo, sin importarle los dolores post-parto que tiene o si la cortaron de lado a lado, por haber tenido una cesárea. El dolor de una mujer, a partir del nacimiento de su hijo, quedará relegado por muchísimos años. Tantos, que cuando nos demos permiso para sentir dolor, nos daremos cuenta que no hay pedacito del cuerpo que no nos duela. Finalmente logramos que la criatura caiga nuevamente en brazos de Morfeo y nos permita tener unas dos-tres horas de descanso hasta que el proceso vuelva a empezar.

Lo cierto es que ya no lloramos más de felicidad ante el llanto de nuestro hijo, pero de aquí en más es muy probable que sí lloremos en muchas oportunidades en que los escuchemos llorar. Esto ocurrirá por primera vez cuando comience con sus cólicos y no sepamos lo que hacer, cuando el cansancio nos gane y el niño no nos deje dormir, cuando veamos a nuestro esposo-compañero-padre de la criatura dormir plácidamente y nosotras estemos paseándonos de lado a lado de la habitación con el niño en brazos. Y más adelante, quizás por no haber podido evitar que se cayera y se pegara o raspara, por no ser capaces de estar las 24 horas con el ojo encima de ellos (lo cual ya hubiera acabado con nuestras vidas, sin dudas) , cuando lo dejemos por primera vez en el jardín de infantes o cuando llore por alguna injusticia y tengamos que explicarle algo que ni nosotras mismas nos creemos, pero que es necesario para que confíe en la vida y tome valor para enfrentar más adelante desafíos mayores.

También lloraremos muchas otras veces sin que su llanto nos provoque el nuestro, aunque sí su ser sea el motivador del mismo. Cuando nos regale su primer sonrisa, le salga el primer diente, diga su primer palabra (que en raras ocasiones es "mamá"... el muy cretino) o dé su primer paso. Cuando lo veamos armar su primer puzzle de 4 piezas ("¡mi hijo es un genio!"), cuando comience a razonar y sacar sus primeras conclusiones para actuar en consecuencia, cuando escriba su nombre, empiece a leer o traiga su primer carné escolar.

Cuando nos vea llorar y no nos pregunte nada, sólo nos consuele con besos y abrazos, cuando vaya a su primer baile, tenga su primer novia o novio, con el cual seguro nos encariñaremos y de un día para el otro dejaremos de ver, cuando pierda su primer examen, por el cual pasó noches estudiando sin dormir, cuando tenga otra novia o novio y la cosa vaya "en serio" y decidan dejar el hogar y partir.

Y entonces, llegará el día en que volveremos a llorar de felicidad ante el llanto de un niño, cuando veamos a nuestros nietos nacer.

Lo cierto es que desde que tenemos hijos las lágrimas se hacen moneda corriente en la vida de una mujer (que si de por sí es sensible, deberá por el resto de su vida recordar tener pañuelos en su cartera).

Pero no por eso cambiaría jamás nada de lo sucedido ni de lo que vendrá. Porque prefiero derramar litros de lágrimas como para llenar una piscina de 100.000 litros antes que vivir en el árido desierto de no ser mamá.

5 comentarios:

  1. Tanto así?

    Yo no recuerdo haber oído llorar a ninguno de los dos en el momento de nacer.
    Pero después, concuerdo contigo hasta lo de los novios/as, cosa que todavía no ha sucedido en ningundo de los dos casos.

    Yo me vengo vacunando diariamente para el momento en que los tenga que ver partir y sé que las lágrimas iran por dentro. Nunca les muestro dolor... no sé por qué..

    Baci

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  2. Me veo haciendo equilibrios, malabares, para que la niña no llore, para que no se lastime. Me veo comportandome como un estúpido para que la niña no sufra ni se lastime.
    Al final, con su primer raspón, lloro más yo que ella. Es una tragedia, cuanto más ha de ser para una madre?
    Beso.

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  3. Muchísimo más Curi! Porque aunque te parezca que son 50 y 50 no hay que olvidar que los tenemos 9 meses muy dentro. Bien literal. No es re loco? Una persona adentro de otra?

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  4. Nina: Qué tanto así? Los 100.000 litros? Yo lloro todo el tiempo.
    Y yo sí los oí llorar, pero nacieron por cesárea. Y no lloré. Esto fue un genérico de situaciones recabadas, eh?

    Curi: si será complicado! Pero bueno, vale la pena. Y como dice Nina, es muy loco imaginar que toda esa criatura estaba dentro nuestro. Es raro.

    Anita: gracias, ami.

    Besosss

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