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domingo, 27 de abril de 2008

ENTRE MITOS Y PERSONAJES

Este también es un ejercicio de mi taller literario. Debía escribir una historia donde claramente se pudiera distinguir uno de los tres mitos propuestos. He aquí la historia que salió, a ver si descubren a quien me estoy refiriendo. Es demasiado fácil.



No recordaba jamás la falta de nada. Desde pequeño, sus padres le habían dado todo lo que quería. Y lo que no, también.
Era hijo único y eso, no sólo lo beneficiaba para obtener lo que quisiera, sino que además descendía de ciertos Condes y Condesas, por lo cual el dinero nunca fue un problema en su hogar.
Esto hizo que siempre viviera con cierta pedantería y que se lo considerara altanero. No tenía muchas amistades, más bien que sólo una, y era la sirvienta que desde siempre había estado a su disposición. A ella le contaba historias, tanto inventadas como vividas, con ella satisfacía a veces también sus deseos sexuales, aunque la pobre no estuviera muy de acuerdo, y también a ella la trataba como si fuera una alfombra vieja que ya hasta asco daba pisotear.
Pero Sebasthian tenía una vida social bastante activa. Visitaba clubes nocturnos, se daba el gusto de estar con cada hermosa mujer que se le precipitara y disfrutaba de los lujos materiales que este mundo le daba.
Vivía así y, a su manera, era feliz. Estaba seguro que llegaría el día en el que elegiría a alguna de las bellezas que lo acompañaba en las noches (tal vez la que demostrara ser más inteligente, aunque no había mucha elección en este caso) y finalmente formaría una familia. No era que esto le interesaba mucho, pero sentía que de alguna manera esto se lo debía a sus padres, por haberles dado una vida tan maravillosa y llena de lujos. Tampoco le importaba demasiado la felicidad de ellos, pero en fin, la fortuna que había amasado hasta ahora y seguiría amasando en el futuro, sería gracias a ellos, así que hacerles este pequeño favor (porque su vida no cambiaría en demasía, él no dejaría de darse todos esos gustos que se había dado hasta ahora), le aseguraba una vida rica y feliz.
Todo esto estaba muy bien para Sebasthian, que creía tener todo bajo control, hasta sus propios sentimientos (que a veces hasta él dudaba que los tuviera).
En una tarde de abril, su madre le anunció la visita de unos Nobles, por lo que pudo entender eran holandeses, y que requería su presencia esa tarde allí. Sebasthian odiaba este tipo de eventos sociales, aunque entendía que por sus padres se debía a ellos. Era por eso que con su mejor cara, bajaba las escaleras de su casa para recibir a aquellas visitas que para sus padres eran importantes.
Al llegar a la sala principal, llena de cuadros con figuras de antepasados y unos muebles más que envidiables para todo mortal, su madre le anunció que en pocos minutos los invitados llegarían y que esta vez había una particularidad. Sebasthian miró a su madre con cierto recelo, porque estaba seguro que esa particularidad tenía que ver con él. Cuando comenzaba a explicarle que debía dedicar un día completo para que uno de los invitados conociera la ciudad, fue cuando no tuvo tiempo de replicar, pues los agasajados estaban ingresando al salón.
Sebasthian, en su actitud de siempre, esperó a que sus padres se adelantaran y no fue hasta unos segundos después que sus ojos brillaron y su boca dejó de emitir tan siquiera una sola palabras, hecho que hizo que su padre lo mirara, pues entendía que Sebasthian acababa de cometer una de las peores faltas sociales, no recibir a los invitados con el saludo que el protocolo describía. Es que Sebasthian había quedado embelesado por el ser más bello que jamás había conocido. Una linda holandesa veinteañera, de largos rizos rubios y una mirada que iba más allá de lo que cualquier mortal podía ver. No sólo era perfecta físicamente, sino que, aunque no sabía cómo, estaba convencido que lo era también por dentro.
El protocolo social se cumplió tal cual estaba previsto, pero Sebasthian no pudo dejar en toda la noche de mirar a Sophie. Así era su nombre.
Cuando sus padres le indicaron socialmente que al día siguiente debía llevar a Sophie a conocer los lugares más importantes de la ciudad. Sebasthian, aceptó el encargo en forma inmediata. Pensó que nada mejor podía sucederle. Por primera vez en su vida estaría al lado de la mujer que, para él, ya era la elegida.
Esa noche no durmió. Sus nervios no se lo permitieron. Sophie era la mujer más hermosa, con la que jamás había soñado. Aunque acababa de darse cuenta que en ningún momento de sus veintitrés años recordaba haber jamás soñado con alguna.
A la mañana siguiente y según lo pactado, Sebasthian acudió al recinto donde Sophie se alojaba, a fin de cumplir con el mandato de su familia, el cual por vez primera sería hecho con mucho gusto.
Sophie ya lo estaba esperando y, por más que Sebasthian la recibió con su mejor sonrisa, ella no le dio mayor importancia.
Los planes de Sebasthian eran hacer un pequeño recorrido por la ciudad y, al mediodía llevarla a almorzar a un lujoso restaurante, el mejor del lugar, para así poder conversar de forma larga y tendida, sobre él y sobre ella. En fin, conocerse. No lograba salir de su fascinación pensando que su futura esposa estaba frente suyo.
Pero los planes de Sophie eran otros. Conocía por cuentos que le habían llegado a Sebasthian y le parecía un ser absolutamente repulsivo y desagradable. Sólo verlo le generaba rechazo. Así que recorrería rápidamente algunos rincones de la ciudad para cumplir con el mandato de sus padres y se marcharía lo antes posible de allí.
Era tanta la ansiedad de Sophie por retirarse que apenas si escuchaba lo que Sebasthian le relataba sobre monumentos, museos y lugares de interés público.
Ya sobre el mediodía, Sebasthian le propuso tomarse un descanso e ir a almorzar. Ella lo miró como si éste hubiera enloquecido.
- De ninguna manera iré a almorzar contigo a ninguna parte. Lo que quiero es volver al hotel donde m estoy hospedando para aprovechar la tarde en compras.
- Pero ya he hecho reservaciones … por favor, permíteme llevarte a uno de los mejores restaurantes y hacerte conocer la comida típica de aquí. Y si quieres luego te acompaño de compras. Es algo que disfruto mucho hacer también, por lo menos, más que mirar monumentos – bromeó, y creo que por última vez, Sebasthian.
Sophie continuó mirándolo con un desprecio tal que hasta vergüenza ajena daba verle el rostro.
- No me interesa ni conocer restaurantes, ni comidas típicas, ni tu país, ni hacer una sola compra a tu lado y, por si no lo has entendido, ni siquiera me interesas tú. Esto lo hago pura y exclusivamente por mis padres, pues me libera luego de otros compromisos protocolares en mi país, pero quiero que te quede claro que mi interés en todo lo que te rodea, incluso en ti, es nulo, vacío, no existe.
Sebasthian no podía creer lo que oía. Nunca le había sucedido algo así. Las chicas caían rendidas a sus pies, ya fuera por su dinero, encanto y hasta se animaba a pensar que por su belleza, pues se sabía lo suficientemente lindo como para agradar a cualquier mujer. A cualquiera, pero menos a Sophie.
Era tal su orgullo que no lograba aceptar el rechazo en su interior. No lo aceptaba.
Sin embargo, Sophie comenzó a caminar unos pasos más adelante que Sebasthian, y éste a seguirla. No estaba dispuesto a dejarla partir, pero a Sophie poco le importaban las intenciones de Sebasthian.
- Sólo te pido una oportunidad, sólo una … para que me conozcas, para que sepas quien soy en realidad – y al decir esto, sin saber por qué, Sebasthian comenzó a reflexionar respecto a su vida, a todo lo que había vivido hasta ahora. Las chicas, las drogas, los clubes nocturnos, el sexo desenfrenado, el gasto desmesurado. Y hasta la violación que solía tener con su propia sirvienta. Acababa de darse cuenta que no había nada interesante para relatar. Que su vida siempre había sido frívola y aburrida para cualquiera a quien se la tuviera que contar. Nada trascendente ni destacable había ocurrido en todos estos años, sólo asuntos protocolares, que justamente no era lo que conquistaría a Sophie. No existía nada de lo cual se pudiera enorgullecer o destacar.
Vio como Sophie, la única mujer que le había provocado un sentimiento agradable, tal vez hasta amor, se alejaba.
La dejó ir. No encontraba nada en su interior que pudiera retenerla.
Miró cómo se perdía por las calles de su ciudad, cómo otros hombres giraban para verla, cómo la belleza de esa mujer le era inalcanzable.

Sebasthian no llegó a su casa ese día. Ni el siguiente. Ni tampoco al otro. Fue encontrado muerto, en uno de los hoteles de lujo que solía frecuentar, semidesnudo, junto a dos bellas mujeres, también muertas. La habitación estaba llena de envases vacíos y la cocaína era la gran vedette alrededor de ellos.

La historia fue muy dolorosa, principalmente para sus padres, que además debían justificar su muerte. Más allá del duelo interno que debían hacer para la sociedad la muerte de Sebasthian fue contada como asesinato. No podía trascender de ninguna manera el hecho real.
Pero de alguna forma, no estaba lejos de la realidad. Nadie lo sabía, pero Sebasthian había sido asesinado por el amor irreal, por algo oculto que jamás se conocerá.
Por otra parte, Sophie, esa tarde ni siquiera acudió a su funeral. Debía tomarse medidas con su modista para una fiesta Real.

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